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Mekhissi, ‘Faire une Gaffe’

Jueves, 14 de agosto de 2014. 20 horas y 45 minutos. Quince hombres se preparan para una encarnizada lucha bajo la cambiante y desapacible, en ocasiones, meteorología zuriquesa. La final de los 3.000 metros obstáculos de los European Championships busca coronar rey del continente en una disciplina dominada con mano de hierro por el remense Mahiedine Mekhissi-Benabbad, sin duda, el mejor obstaculista europeo del último lustro, y osado competidor de la armada africana.

Lo que los ojos de las más de veinte mil almas presentes en el Letzigrund de Zürich presenciaron durante aquel último hectómetro de carrera, permanecerá de manera atónita en el recuerdo, en la historia y en la identidad de los Campeonatos de Europa. El francés, favorito claro desde la previa, encaraba la última ría con una interesante y prácticamente definitiva ventaja sobre sus perseguidores. Diez metros de sosiego con los que apaciguar el ansia de una carrera siempre ardua de gestionar. La miscelánea de miles a 2:40 y vallas de 914 milímetros, franqueadas 28 veces durante los 3.000 metros, con la añadidura de los 7 pasos de ría, convierten la prueba en una de las más especiales y complejas del catálogo atlético.

Y llegando al paso del último ‘cien’, tras una carrera ciertamente lenta y tranquila, la locura. En un gesto insólito, Mekhissi, claro vencedor salvo catástrofe de última hora, convertía la alegría en furia, la sonrisa en sorna y la euforia en majadería. Cualquier epíteto puede quedar corto. Desprendiéndose de su camiseta, se dirigía a la grada principal gesticulando, en una mezcla de vehemencia y enajenación por la victoria. Su extravagante y grotesco paso por el último obstáculo, con la camiseta asida con la boca, y su entrada triunfal en meta con los brazos en cruz fueron imágenes evidenciadas hasta la saciedad durante las horas subsiguientes al cisma que removió los cimientos del sagrado Letzigrund. Y aún rememoro con fascinación el estupor que me produjo contemplar la patética imagen. Con ojiplática templanza, recuerdo mascullar, en una combinación de desconcierto y aflicción, «¿pero qué hace? Lo van a descalificar…». Clarísimo.

Una afirmación sobria y simple, que se iba a tornar casi secesionista en los siguientes minutos.

El reglamento de la IAAF, regulador de las diferentes competiciones que se disputan bajo su tutela, es claro y meridiano sobre lo que acontecía aquel jueves de agosto en Zürich. El artículo 143.1 habla de la decorosidad de la vestimenta («los atletas deben usar vestimenta que esté limpia, diseñada y llevada de forma que no sea ofensiva»). El 143.7, por su parte, clarifica la necesidad de que el dorsal sea visible, sobre el pecho y la espalda, durante toda la prueba. En ambos casos, Mekhissi vulneraba la legalidad.

La primera decisión, aún en pista, fue amonestar al infractor. Mekhissi veía en ese momento una tarjeta amarilla por su comportamiento (artículo 125.5, que otorga al juez-árbitro la potestad de advertir o excluir a todo atleta que se comporte de manera antideportiva o inadecuada). Ante la pasividad de los jueces-árbitros de pista, y en búsqueda de una aplicación correcta del reglamento, una delegación, en este caso la española, ejercitaba su derecho a presentar una reclamación. En primera instancia desestimada, y en segunda, aceptada. Tras el acontecimiento, en el mismo momento en el que el juez-árbitro no aplicaba las normas correspondientes, la organización ya tenía clara la idea de que Mekhissi debía ser descalificado, imperando finalmente la cordura ante una conducta tanto ilegal, norma en mano, como indigna, refiriéndonos en exclusiva a su actuación.

Muchas fueron, sin embargo, las voces críticas sobre el asunto. En primer lugar, por la acción en sí. La respuesta y la situación son irrebatibles. Cada deporte elabora e instaura sus normas y sus reglas. El incumplimiento de las mismas acarrea las sanciones que el propio reglamento establezca. Por tanto, el atleta, como profesional, se encuentra en la plena obligación, como tal, de conocer dichas normas, y de respetarlas. Si no lo hace, debe asumir las consecuencias de sus actos. No se trata, por tanto, de una norma en blanco, o de un vacío legal. Ni siquiera debiera ser un desconocimiento de la ley. Su responsabilidad es conocerla y respetarla.

En este caso, son dos epígrafes de un mismo artículo los que Mekhissi infringió. Él mismo debía saberlo. Y pese a declarar su única intención de «imitar a los futbolistas», y expresar su inmensa alegría «sin querer faltar el respeto a sus rivales ni al público», asumió la descalificación con entereza (esgrimiendo, eso sí, un lacónico cinismo – «nadie puede quitarme mi victoria»), ante las directrices de una Federación Francesa cuyo comportamiento, por ejemplo, con la delegación española dejó mucho que desear. Ángel Mullera (beneficiario de la medalla de bronce tras la descalificación de Mekhissi) y Pablo Torrijos (triplista que compitió durante la tarde) eran increpados inexplicablemente al filo de aquella misma media noche por varios miembros del núcleo francés y por varios periodistas. Desconocemos qué pudieron pensar los franceses para encarar a dos atletas que poco o nada tenían que ver con una descalificación lógica, justa y obvia. Llegaron incluso a solicitar que Mullera renunciara a la medalla. No lo hicieron, sin embargo, con el también francés Yoann Kowal ni con el polaco Krystian Zalewski, dueños del oro y la plata tras el ‘caso Mekhissi’. Olvidaron, asimismo, recriminar a su compatriota su pésimo comportamiento, siendo el verdadero protagonista, culpable y merecedor, sin duda alguna, de todos los vituperios posibles. Si a alguien debieron recriminar, fue a su atleta. Como dijera Mullera, «no fui yo quien se quitó la camiseta».

Han corrido ríos de tinta acerca de la idoneidad de la sanción. Y en eso se basa la cuestión. Tanto de la opción adoptada por Mekhissi al llegar a esa última recta, como de la aplicación clara y evidente de una norma, como de la complejidad del asunto, en lo que se refiere a la conveniencia de la regulación, teniendo en cuenta la gravedad de los casos.

A riesgo de repetirnos, si hay unas normas, deben cumplirse. Ello no obsta, sin embargo, a que ciertas opiniones discurran bajo la batuta de la incomprensibilidad de la norma. Eso es un tema, aunque queramos, equidistante. No tiene nada que ver. Desproporcionada, exigente, ilógica, injusta (en vista de las circunstancias – ganaba con facilidad)… lo que queramos. ¿Es posible que la descalificación sea demasiado? ¿Podría solucionarse con una sanción económica? Es posible. No es nuestra opinión, desde luego, pero es posible. Sin embargo, mientras está vigente, debe cumplirse. Y si no se cumple, las consecuencias deben ser aplicadas. Que los árboles no impidan ver el bosque.

En lo que se refiere a la actitud de Mahiedine Mekhissi, el argelino de ascendencia lleva años regalándonos magistrales cátedras de extraordinario atletismo. Fondista descomunal, su magnífica victoria tres días después, desquitándose, en el 1.500m lo acredita de nuevo (ver vídeo aquí). Sin embargo, la preocupación tan extendida en el panorama atlético sobre la integridad mental de Mekhissi, confirmó de nuevo sus peores presagios y sospechas. Lo volvió a hacer. Apareció de nuevo ‘l’enfant terrible’. Y es que no es novel en este tipo de lides. Nos ha obsequiado con su falta de cordura en demasiadas ocasiones durante los últimos años. ‘De la chair à canon’.

En el Europeo de Barcelona, en 2010, empujaba a ‘Barni’, la mascota del evento, tras pedirle que se arrodillara, en una actitud de lo más sórdida e incomprensible. Al año siguiente, tras el 1.500m de la Diamond League en Montecarlo, protagonizaba una sucia y barriobajera pelea a puñetazo limpio con su compatriota Mehdi Baala. La sanción, que debió ser ejemplar (y que en cierto momento amenazó con dejarlo fuera del Mundial de Daegu, donde Mekhissi se alzaba finalmente con el bronce en los obstáculos), se quedó en una multa casi testimonial. ‘Fou à lier’, Mahiedine.

Y en el Europeo de Helsinki 2012, Mekhissi en estado puro de nuevo, protagonista de un incidente deleznable, otra vez, con la mascota, de nombre ‘Appy’. Tras proclamarse por segunda vez campeón de Europa‘Appy’ se acercó a entregarle un regalo como vencedor. Mekhissi no dudó en apartar de un golpe el presente con una chulería grotesca, además de empujar con saña al simpático símbolo del evento. De tal gravedad se consideró la situación que muchos medios de comunicación cerraron filas en torno a las infamias constantes del fondista francés, solicitando una sanción ejemplar. La Federación Francesa, tras emitir un anodino comunicado de disculpa, olvidó el tema y nunca sancionó ni expedientó a su atleta. Después se supo que, dentro de aquel disfraz, había una chica… de 14 años. Mekhissi nunca se disculpó con ella.

Nadie puede ni debe dudar de la inmensa calidad atlética de Mahiedine Mekhissi-Benabbad. Su palmarés es testigo y refrendatario de su enorme talento, que quizá no sea superior por la tiranía implacable de los fondistas de la altiplanicie. Plata olímpica en dos ocasiones (Pekín ’08 y Londres ’12), dos bronces en Campeonatos del Mundo (Daegu ’11 y Moscú ’13), tres veces campeón de Europa al aire libre (Barcelona ’10, Helsinki ’12, y en Zürich, ganando el 1.500m), y una en pista cubierta (1.500m de Göteborg ’13). Sus mejores marcas, 8:00.09 en 3.000m obstáculos, y 3:33.12 en 1.500m. Puro talento, pura élite.

De lo que sí dudamos, y debemos dudar, visto lo visto, es de su cordura, madurez y juicio. Y es que, como bien reza el título de este artículo, en una expresión frecuentemente utilizada en el país de la igualdad, la libertad y la fraternidad… Mekhissi, ‘faire une gaffe’ («Mekhissi, has metido la pata»). Y hasta el fondo.

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