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El Maratón es otra cosa: reflexiones a orillas del Támesis

El maratón es otra cosa. Si alguien tenía alguna duda, la trigésimo cuarta edición del Virgin Money London Marathon lo ha corroborado con creces. Por muchas razones. La previa nos trasladaba a un escenario brillante, épico, «La Carrera del Siglo». Una amalgama de protagonistas que convertían cualquier otra carrera en un partido amistoso. Anticipábamos una batalla campal que podía sobrepasar holgadamente el umbral de la historia, una contienda sin cuartel que podía llevarnos a multiplicar exponencialmente, si cabe, la absoluta devoción sentida por cada uno de los 42.195 metros que dan forma a esta legendaria prueba. Y la hubo. Pero quizá no por las razones que cabían esperar o que nos había intentado vender el propio plan trazado. Los tiempos generales se deslizaban estrepitosamente hacia un segundo término. Confirmaban lo que todos sabemos y muchos hay veces que no quieren o aciertan ver. Ponían de manifiesto y desnudaban una verdad irrefutable: como reza la frase que encabeza este texto, el maratón es otra cosa. Es diferente. Es único. Es poderoso. Y es demostrativo, sintomático, expresivo. Siempre aclara. Nunca miente. Así es el maratón.

Muy posiblemente no nos alejemos demasiado de la realidad vivida en Londres y en el resto del mundo durante este domingo pasado, 13 de abril, cuando decimos que la palabra más repetida, más solicitada y que más ha desfilado por los pensamientos de tantos y tantos amantes del atletismo durante estas últimas horas ha sido «decepción». Y una palabra como esta indica, en cierto modo, tristeza. Es sintomática de sentirse engañado, desencantado.

Sin embargo, sentimos que se debe analizar la situación desde un prisma más frío, más lógico. Si enfocamos la decepción desde la perspectiva de las expectativas previas, de lo que se podía esperar o del producto que se nos vendió, podríamos quizá utilizar dicho concepto. Ahora, hay que valorar lo ocurrido debidamente. Y no consideramos, por tanto, que así sea.

La victoria del plusmarquista mundial Wilson Kipsang denota varias pautas destacables. En primer lugar, su casi indudable status como mejor maratoniano del momento se reafirma hasta límites excepcionales. No es ya sólo su récord mundial de Berlín. O su estratosférico registro en Frankfurt en 2011, donde se quedaba a 4 escasos segundos de la plusmarca planetaria que ostentaba Makau por aquel entonces. Ambas, con actuaciones imponentes. O, en consecuencia, su capacidad para convertirse en el único atleta capaz de correr dos veces por debajo de la descomunal barrera de las 2 horas y 4 minutos. Londres lo ha reafirmado como el dominador de la distancia. Ya ha bajado cinco veces de 2h05. El único que lo ha conseguido, de lejos (tres veces Geoffrey Mutai y Haile Gebrselassie). Es el atleta a batir. El rival más poderoso, el más fuerte. Y sus 2h04:29 de Londres, que además se convierten en mejor marca mundial del año por el momento, sirven para eliminar automáticamente la palabra «decepción» del vocabulario empleado para referirse a este maratón, porque sólo con contemplar sus últimos kilómetros, nos podemos dar por satisfechos. Un canto al atletismo. 14:32 del km. 30 al 35, y 14:38 del 35 al 40. Los dos parciales más rápidos de la carrera, salvo la barbaridad de los primeros 5 kilómetros (14:21). Esa cabalgada final nos traslada a escenas pretéritas, a exhibiciones legendarias, siendo su parcial del km. 30 al 40 calcado al que hiciera el día del récord (29:10, un segundo más rápido). Sus dos medias maratones, 1h02:31 y 1h01:58. Sensacional. No llegaba, en teoría, en la mejor condición física posible. Tras batir la plusmarca planetaria en septiembre, Kipsang buscó una recuperación física total, muy posiblemente con la idea de atacar de nuevo su récord en este 2014. Nos ha demostrado que es muy capaz de hacerlo. Y ya en el terreno más intangible, obvio es que desprende una luminosidad muy especial. Tiene algo. Está tocado por esa varita mágica sólo reservada a los elegidos de entre los elegidos. Y eso se refleja cada vez que lo vemos correr.

Sin lugar a dudas, la mayor y más positiva sorpresa de la jornada la protagonizaba Stanley Biwott. El keniata era despojado por Kenenisa Bekele del récord del maratón de París, que suponía además su mejor marca personal en la distancia, y en Londres se hizo fuerte para derribar ese teórico complejo. Rozó lo heroico a partir del kilómetro 30, cuando comienza el verdadero maratón, mostrándose imperial tras haber permanecido en un discreto segundo plano durante toda la prueba. Pocos contaban con él tan adelante. El pasado año, fue uno de los mayores afectados por el descalabro absoluto que se produjo por las calles británicas, derivado del inhumano ritmo impuesto de salida. Fue valiente, y la jugada se le volvió en contra, llevándose a la espalda una mastodóntica «pájara» que le situaba en un estado de barbecho maratoniano, habiendo demostrado grandes condiciones, pero cayendo, con Londres como máximo exponente, en una espiral de irregularidad e involución. Hoy, el maratón ha dictado justicia con Biwott, que ha vuelto a apostar por esa valentía que le dio la espalda el pasado año, y fue posiblemente uno de los hombres más felices sobre la faz de la Tierra en el mediodía dominical londinense con sus 2h04:55.

Tras ellos, el de siempre. Convirtiendo su leyenda en religión, Tsegaye Kebede continúa empeñado en no apearse del carro de la historia. Muy presente en todo momento en los lugares de privilegio del grupo cabecero, tomó las riendas a partir del kilómetro 25, se puso al frente, y no dudó en utilizar cada gramo de brío de su diminuta fisonomía en la búsqueda de una ruptura en la carrera. Sin posibilidad de récord mundial, sus opciones se disparaban, y daba la cara. Pasaba el kilómetro 30 en 1h29:01, comandando el grupo de favoritos. Dos minutos más lento de lo que la organización había previsto, en teoría. Imposibilitado para contrarrestar el ataque de los dos kenianos, se dedicó a hacer lo que mejor sabe: introducir los comandos de su ritmo crucero, y martillear hasta el final. 2h06:30. Su compañero de lides, Ayele Abshero, entraba apenas un segundo tras él en una gran actuación que lo vuelve a situar en el primer plano, tras algún que otro comportamiento por debajo del nivel que se le presume.

En quinto lugar, un sorprendente Tsegaye Mekonnen. Tras su impactante debut en Dubai, nos muestra que el futuro más inmediato puede ser suyo. Demasiado aventurado, quizá, por sus escasos 18 años, en consagrarse definitivamente a la larga distancia. Pero con un talento descomunal. Paró el crono en 2h08:06. Tras él, la que es posiblemente la mayor desilusión de Londres. Pese a ser clarísimo favorito a priori, y postularse como pieza importante del primer grupo durante toda la primera parte de carrera, Geoffrey Mutai naufragaba irremediablemente, topándose de bruces con la cara más amarga del maratón a partir del kilómetro 35. Un parcial de 16:31 del km. 35 al 40 hundía al maratoniano que más rápido en la historia haya corrido los 42.195m. Geoffrey concluía en un modesto sexto lugar, con 2h08:18, y a punto de ser engullido por el siempre irregular Emmanuel Mutai, que entraba a tan sólo un segundo de Geoffrey, pese a haberse descolgado del primer grupo mucho antes.

Grandes nombres, como el del campeón olímpico y mundial vigente Stephen Kiprotich, no conseguían hacer frente a la dureza de la prueba, y desde un primer momento se vieron lejos de los puestos punteros. Si bien se comentaba que Kiprotich venía de arrastrar ciertos problemas físicos, y que los altos ritmos que se esperaban no casaban con las marcas que ostenta el ugandés, no sorprendía quizá tanto su discretísimo duodécimo puesto final, como sobre todo su marca (2h11:37). El local Chris Thompson, por el contrario, conseguía un debut prometedor, terminando decimoprimero en 2h11:19. En el puesto 10, formidable el estadounidense Ryan Vail, 2h10:57, y primer hombre de raza blanca en meta, justo por detrás de un Feyisa Lilesa que pagó con creces la osadía de querer soportar los ritmos del primer grupo, hundiéndose a partir del kilómetro 30.

Refrendamos de nuevo la sabia frase que ilustra este artículo con la casi agónica participación de un Samuel Tsegay que, pese a haber logrado un majestuoso subcampeonato mundial de media maratón hace escasas fechas en Copenhage con una marca muy interesante de 59:21, topaba de bruces con la cara más desagradable de esta prueba. Hundido desde el kilómetro 35, debió acordarse de su compatriota Zersenay Tadese, maestro absoluto de la media, e incapaz de momento ante la distancia completa. Ambos ejemplos reflejan fielmente el trasfondo de esta reflexión. 2h19:10 para Tsegay. Revelador.

En cuanto a los dos debuts principales, el caso de Ibrahim Jeilan destiló desencanto y discreción, yéndose de Londres tal y como llegó: acaparando muchísimo menos de lo que de todo un campeón mundial debiera mostrar. Pocas luces, muchas sombras, y despedida final por la puerta de servicio. Terminaba por retirarse antes de llegar al kilómetro 40, tras saludar cordialmente al «muro» media docena de millas atrás. En lo que se refiere al mediático ‘Mo’ Farah, mucho que contar, aplicando de manera casi paradigmática la frase con la que abrimos el artículo. Octavo puesto final y discreta marca de 2h08:21 que, si bien se antoja más que meritoria para un debutante (aunque deslucida por la majestuosidad de los registros actuales), arroja un discretísimo resultado ante el principal objetivo del de Mogadiscio. El récord británico de Steve Jones (2h07:13) se tornaba imposible a medida que los parciales avanzaban. Farah dio claras muestras de sufrimiento a lo largo de muchos tramos de la prueba, aflorando a través de su lenguaje gestual síntomas de sentirse absolutamente sobrepasado por una distancia que, al menos de momento, le viene irremediablemente grande. Llama especialmente la atención su exigua economía de carrera, de zancada amplísima, cadencia muy baja, y aparatoso braceo, aspectos muy penalizables en una prueba como esta, pudiendo considerarse muestras reservadas únicamente a auténticas fuerzas de la naturaleza, como Kipsang o el propio Bekele. Resultaba especialmente evidente, sobretodo, en comparación con gente como Kiprotich o Tsegay, obcecados dominadores en este aspecto.

Su decisión previa (de la que se responsabilizó en exclusiva su ‘coach’Alberto Salazar) de no integrarse en el primer grupo de salida se tornaba, a todas luces, acertada, y más aún vista después la escabechina causada por los endiablados ritmos de los dos primeros parciales sobre 5 y 10 kilómetros. Demasiado marketing, demasiados ‘flashes’, demasiada expectación. Una decisión puramente económica, que se ha ido complicando a tenor de los acontecimientos, y que, si caemos en la fácil comparación, provoca que ‘Mo’ salga claramente derrotado por la barbaridad parisina de Bekele, al que el tiempo ha acabado por dar la razón en cuanto a la decisión acerca del lugar y el modo del estreno. El devenir de Farah en la distancia de Filípides podría incluso verse limitado a nivel mental por un debut quizá inesperado, en cuanto a la complicación y el desasosiego, y otorga aún más valor al registro de Kenenisa (y al modo de conseguirlo), exhibiendo una clase que aún queda lejos de lo que puede ser capaz de ofrecer ‘Mo’ a día de hoy. Dominar distancias inferiores no se traduce necesariamente en un desempeño exitoso en los 42.195m, y Farah lo ha sentido muy de cerca, en sus propias carnes. Zarpazo de realidad que cae como una losa sobre las aspiraciones del campeón olímpico, y muchas cosas que pulir y cambiar, tanto a nivel de comportamiento (especialmente mediático), como a nivel competitivo. Mucho trabajo por delante aún para Farah y su séquito si pretenden tomarle la medida a la prueba.

Por la parte que más cerca nos toca, un soberbio Pedro Nimo sufría hasta la extenuación, planteándosele una carrera miserable de entrada, en solitario desde el primer metro, a medio camino entre la imprudente camarilla de Overall, Thompson, Coolsaet o Vail (que, acompañados del norteamericano Fernando Cabada como ‘liebre’ proyectaban tiempos rondando las 2h10 finales) y el insuficiente ritmo de Livesey o Hagos. Muy bien hasta el kilómetro 30, con esperanzas de rondar su marca personal, pero con dificultades a partir de ahí. Decimocuarta plaza, tercer europeo, y unas 2h14:15 más que elogiables, valorando las circunstancias de su carrera. Un aplauso enorme para el compostelano. Toda nuestra admiración.

Buscando reflexiones inmediatas tras lo visto en las calles de la capital del Támesis, lo primero que se nos viene a la cabeza es el tipo de carrera planteada. Con un corral de fondistas de un nivel excepcional, debe buscarse siempre una valoración lo más ajustada posible a la dimensión real de semejantes monstruos. Londres pudo «semi-acertar» con la propuesta, pero claramente se equivocó a la hora de ejecutar el plan. Se pretendía un paso de 61:45 por la media maratón. La realidad quiso que la ‘liebre’ principal encargada de guiar a los astros kenianos y etíopes ni siquiera llegara al kilómetro 17 con ellos. En la previa ya nos preguntábamos si el veteranísimo Haile Gebrselassie iba a ser capaz de correr 30 kilómetros un minuto más rápido (1h27) de lo que lo hiciera en 2008 en Berlín, con motivo de su segundo récord mundial. Las previsiones no parecían halagüeñas, teniendo en cuenta tanto su edad como la extrema exigencia de los pasos estipulados. Observando ahora la jugada en perspectiva, la decisión de contar con Haile parece como si quisiera obedecer a la desesperación organizativa por contener, a golpe de respeto e historia, a una cuadra de talentos desbocados, y evitar con ello la imagen de descalabro de 2013. Gebrselassie, siendo una figura mítica y que aún conserva su potestad y su halo de influencia, podía convertirse en el aliado perfecto para no provocar la locura y el zafarrancho en el grupo, controlando imperial desde la cabeza de carrera todos los movimientos de los favoritos. En definitiva, tras verlo a toro pasado, resulta revelador considerar por tanto la postura del mito etíope más como un freno de mano que como una ‘liebre’ descarada. A pesar de todo, clarividencia en cuanto a que el momento de ‘Gebre’, aunque nos duela, pasó ya hace mucho tiempo como para considerarlo aún apto para moverse en estas delicadísimas tesituras, cronométricamente hablando.

En cuanto a los demás ‘pacemakers’, sólo Richard Sigei resultó ligeramente correcto en su actuación, siendo incapaz aún así de llevar al primer grupo hasta la media maratón en el tiempo pactado (pasaron en 62:30, unos 45 segundos más lentos de lo convenido; a decir verdad, resultaría incluso positiva la demora). Los parciales de paso por el km. 5 y el 10 dejaban entrever la posibilidad de récord mundial (14:21 en el primer cincomil, proyectándose un tiempo final de 2h01), pero nada más lejos de la realidad. Sin ‘liebres’ fiables a partir de la media maratón, sólo Wilson Kipsang fue capaz de demostrar su fortaleza ante semejantes ritmos.

Parece sobresalir, por tanto, cada vez más claramente, la sobria y segura propuesta de Berlín, por encima del espectáculo multitudinario pretendido por Londres. Eso sí, como ‘show’, impagable. La capacidad monetaria para reunir tal cantidad de talento en un mismo escenario resulta de manera inequívoca inversamente proporcional a la imposibilidad de atacar un récord mundial con tantas estrellas juntas. Una notoria participación (en este caso, posiblemente el mejor elenco que jamás se haya visto en un maratón) no implica necesariamente un registro sin precedentes. Se presenta aún más complicado de conseguir, de hecho.

Los pasos intermedios, mal enfocados y de carácter claramente suicida, son fiel ejemplo de los errores a la hora de gestionar una situación terriblemente compleja. Si se busca una escena destinada a despedazar una carrera a base de altísimos ritmos iniciales, y después «que cada palo aguante su vela», Londres ha dado en el clavo. Si lo que pretenden es el récord mundial, acertarían aproximando su enfoque al modus operandi berlinés: un primer espada, un par de atletas en una cota ligeramente inferior, y un buen grupo de ‘pacemakers’, con el objetivo de plantear una carrera en la que su segunda parte explosione lo que se ahorró en la primera. Buscando ritmos insólitos en los compases iniciales, el riesgo de dinamitar la prueba resulta poco menos que bochornoso.

Pero a diferencia de la carrera masculina, donde inevitablemente pesan más las comparaciones entre las premisas iniciales y el resultado final, que el verdadero valor de lo conseguido, las mujeres nos brindaron una competición soberbia. La única que faltó a la cita, la campeona olímpica Tiki Gelana. Señalada como una de las máximas favoritas, y comentándose que llegaba en un estado sensacional, desilusionaba su paso por el décimo parcial, ya seis segundos por detrás del grupo cabecero. La sangría ya era superior a dos minutos al paso por la media maratón. Una de las favoritas caía con estrépito. 

Mientras, Florence Kiplagat, Edna Kiplagat y Tirunesh Dibaba parecían temblar amedrentadas ante una imponente Priscah Jeptoo, que en todo momento quiso jalar las riendas de una prueba en la que parecía la única con ganas de correr de verdad. La desilusión para el espectador (y la tranquilidad para sus compañeras de prueba) llegaba con su abandono, por problemas físicos, poco antes de llegar al kilómetro 29. Feysa Tadese y Aberu Kebede ya habían dilapidado su insistencia por sujetarse a un grupo de líderes que a día de hoy se manejan en un escalafón superior.

En el último tercio de carrera, la pérdida de una botella por parte de la debutante Dibaba en un avituallamiento obligaba a frenarse a la etíope para recogerla, y sepultaba sus posibilidades de, al menos, intentar luchar por la victoria. Magnífico tercer puesto final, pudiéndose catalogar de poco menos que descomunal su estreno en la distancia, tanto por marca (2h20:35, tercer mejor estreno de la historia), como por puesto, así como por sensaciones: en todo momento integrada en el grupo de las mejores maratonianas del momento. Sólo cuenta con 29 años, y ya ha dejado clara su proclividad a seguir desgranando su talento en la pista, donde tiene mucho que ofrecer aún. Pero el maratón será su destino a medio y largo plazo, hecho que debe resultar más que ilusionante, viendo sus prestaciones iniciales, para el devenir femenino de la prueba por antonomasia de la ruta.

Como broche final para una entretenidísima prueba, Edna y Florence se iban a jugar el cetro londinense llegando parejas a las inmediaciones de Buckingham Palace. Pareciendo Florence más entera, con Edna forzando el gesto en los últimos kilómetros, era la doble campeona mundial la que, con un cambio de ritmo soberbio a falta de menos de quinientos metros, conseguía la victoria que tantas veces se le había resistido. 2h20:21 para Edna, victoriosa por fin tras ser dos veces segunda y otra vez tercera en la prueba en estos últimos años.

Un enfoque, por tanto, totalmente diferente a la locura vivida en la carrera masculina. Se pretendía correr rápido, pero siempre de manera contenida, deteniéndose a pensar lo que se debía hacer, y nunca dejándose llevar por el ansia o la circunstancia.

Tras la resaca de un maratón que ha colapsado y ha tenido en vilo al universo atlético en las últimas fechas, una prueba ciertamente más modesta, como es Rotterdam, que esgrime unas formas más al estilo de Berlín, se ha encargado casi a la vez de mostrar el contrapunto a la ostentosidad abochornante de Londres. Como dato revelador, sin hacer ruido, el magnífico Eliud Kipchoge conseguía otro sensacional resultado. Viento racheado que complicó mucho el correr rápido y ‘liebres’ muy por debajo de lo pactado, impresionante registro de 2h05:00, en una carrera que, pese a no contar con la capacidad económica de los Majors, demuestra año a año su disposición para hacer frente a grandes plusmarcas. ¿Debiera quizá Londres aprender de ello? Desde luego, al menos debieran planteárselo.

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