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Recordamos… Cielo e Infierno: la historia de Richard Chelimo

Hay ocasiones en las que una historia conquista, llama poderosamente tu atención. Pueden existir multitud de razones para ello. La mayoría de las veces, ocurre por una sencilla razón: la capacidad que alberga el suceso propiamente dicho para despertar en uno la emoción o el sentimiento. Nada más lejos de lo que realmente es. Y al margen de ello (o quizá, en la más estrecha relación) hay historias que, sin duda, merecen ser contadas. Y esta historia es una de ellas.

Richard Chelimo nació en algún lugar de la región de Marakwet, en pleno Valle del Rift, en la altiplanicie keniana, posiblemente el 21 de abril de 1972. Como es obvio, nada en estas circunstancias puede darse por supuesto, aunque esa sea la fecha asumida como oficial. Perteneciente a la etnia de los Kalenjin, junto con su primo Moses Kiptanui (triple campeón mundial de 3.000m obstáculos y plusmarquista mundial) y su hermano pequeño Ismael Kirui (dos veces campeón mundial de 5.000m) formaban parte de un linaje de clase imperial, que aglutinó buena parte de los éxitos del atletismo keniano durante el primer lustro de la década de los 90.

La primera vez que Chelimo muestra su talento fuera de las fronteras de su país será en Bulgaria. Plovdiv acogerá los Campeonatos Mundiales Junior en 1990, en los que Chelimo logrará su primera (y única) medalla de oro internacional, al vencer con apabullante suficiencia en el 10.000m, su distancia predilecta, con una impresionante marca de 28:18.57, récord de los campeonatos, y aventajando en más de veinte segundos al segundo clasificado, su hermano Ismael Kirui, que en ese momento contaba con tan sólo quince años de edad, con el que rodaba escapado desde la mitad de la prueba. Tal era su superioridad.

Su siguiente éxito, nada más y nada menos que en un Campeonato Mundial de Campo a Través. La localidad del este francés, parte de la histórica región de Saboya, de nombre Aix-les-Bains, iba a convertir a Chelimo en uno de los valores más al alza del atletismo mundial. El Hipódromo de Marlioz era testigo mudo de la competición aquel 25 de marzo de 1990. En la carrera junior, Chelimo iba a conseguir la plata, tras su compatriota James Kipyego Kororia, obteniendo Kenia, de manera incontestable, la victoria por equipos. Curiosamente, se daba la circunstancia de que la carrera absoluta masculina encumbraba como campeón del mundo a un atleta cuyo destino iba a permanecer inevitable y eternamente ligado al del protagonista de esta historia. Resulta complicado entender ambas trayectorias por separado sin mencionar el nombre del otro. Posiblemente, uno de los atletas más controvertidos y polémicos, cuya trayectoria haya levantado mayor polvareda con el pasar de los años, que haya parido el fondo mundial: el marroquí Khalid Skah.

Tal fue el impacto causado por el soberbio talento de Chelimo, que resultaba ser seleccionado para representar a Kenia en el 10.000m de los Campeonatos del Mundo de Tokio, a disputarse entre el 23 de agosto y el 1 de septiembre de 1991, no sin antes avisar de su magnífico estado de forma con un estratosférico 27:11.18 en Hengelo, en junio. Los jóvenes Thomas Osano y el propio Chelimo iban a ser los encargados de escoltar a uno de los grandes favoritos de la prueba, el que fuera octavo clasificado en los Juegos Olímpicos de Seúl ’88, Moses Tanui. La premisa, buscar una carrera rápida para contraatacar el poderosísimo final del ya mencionado Skah. El trabajo de Chelimo y Osano daría sus frutos, consiguiendo Tanui el oro.

Kenia conquistaba el doblete, siendo incapaz Skah de seguir el ritmo marcado por Chelimo (ver vídeo). Subcampeonato mundial para un precoz fondista que ya había empezado a ser tenido muy en cuenta, no sólo en los círculos más puristas, sino como claro favorito incluso para el oro en Barcelona el año siguiente.

En la temporada de invierno del 92, el Campeonato Mundial de Cross revela un nuevo doblete keniano, con John Ngugi en primera posición, y William Mutwol segundo. Chelimo sólo podía ser quinto… por detrás de Skah.

Y ya en los Juegos de Barcelona, la carrera se presentaba plagada de jugosos interrogantes. Sería el momento de dilucidar de qué serían capaces atletas ya casi consagrados a la larga distancia, como Richard Nerurkar o Antonio Silio. O de saber si el etíope Fita Bayisa, que doblaba en 5.000m y 10.000m, podría lograr la hombrada de conseguir medalla en ambas pruebas, sin olvidar a su compatriota Addis Abebe. O de observar en qué nivel se encontraba el plusmarquista mundial de la distancia (con 27:08.23), el mexicano Arturo Barrios, o el bravo italiano Salvatore Totò Antibo. Y por supuesto, de saber si la armada keniana, con William Koech, Moses Tanui y el propio Chelimo lograría imponer ese ritmo endiablado, al objetivo de que Khalid Skah no llegara con ellos al final. El poderoso sprint del marroquí atemorizaba de tal manera a sus rivales hasta el punto de que extraño era quien no contase con que la victoria frente al magrebí en una carrera lenta era prácticamente imposible. La única oportunidad pasaba por realizar un trabajo de equipo con el objetivo de que Skah sufriera y acabara por descolgarse. Y tal fue así, que entre Chelimo y Koech iban a conseguir el propósito de estirar al grupo todo lo posible para buscar el punto de flaqueza para dejar atrás a Skah. Pese a que el grupo llegaba al quinto kilómetro compuesto por apenas seis o siete unidades, Chelimo, en cabeza, era incapaz de despegarse de Skah, que vigilaba atento su espalda, sabedor de la pretensión keniana. Un exhausto Koech, ante los cambios de ritmo constantes de Chelimo, acababa por perder comba. Sólo Skah era capaz de resistir al paso por el séptimo kilómetro, y ya solos, mano a mano, era el marroquí el que lo intentaba, tras la insistencia de Chelimo para que Skah pasara al frente.

A falta de tres vueltas para el final, la cabeza de carrera llega a la altura de un doblado, el también marroquí Hammou Boutayeb. Viendo que no se aparta, Chelimo decide adelantarlo, quedando Boutayeb detrás de Skah. Lo que ocurre a partir de aquí ha sido objeto de una de las mayores controversias de la historia del atletismo en unos Juegos Olímpicos, y posiblemente una de las mayores vergüenzas que jamás se hayan contemplado en este deporte.

Sabiendo que su compatriota cerraba el grupo de tres (con vuelta perdida, eso sí), Skah se gira, y según revelan las imágenes, se dirige de alguna manera a Boutayeb. Éste, adelanta en la curva a sus dos antecesores, y pasa a comandar el grupo ante lo que se adivina ya como una maniobra extraña y casi ya polémica, de raíz, del fondista marroquí. Los casi setenta mil espectadores que contemplaban la escena desde las gradas del Estadio Olímpico de Montjuïch no acertaban a comprender lo que veían sus ojos. Apenas cien metros después, y tras tener que buscar un pequeño escorzo, Chelimo tiene que saltar para no caer sobre los pies de Boutayeb, y éste se abre a la calle dos para dejar pasar de nuevo a los dos primeros clasificados. Vuelta y media para el final… y Boutayeb vuelve a las andadas. Montjuïch, un auténtico clamor de silbidos y abucheos ante una táctica de equipo claramente ilegal, buscando el desconcierto del keniano. Quién sabe si algo más. Tal es la situación, que al paso por la recta de meta, faltando escasamente cuatrocientos cincuenta metros para el final, el juez sueco Carl-Gustav Tollemar salta a la pista, e intenta agarrar el brazo de Boutayeb, convidándole a que se aparte. En una última vuelta contemplativa, un heroico Chelimo cambia de ritmo a falta de doscientos metros, con Skah cerrándole contra la cuerda. Llegan parejos a la última recta, pero el tremendo ‘rush’ final del marroquí agota las fuerzas del joven keniano, que sucumbe ante la maniobra y el engaño. Ante el clamor popular, bajo una atronadora pitada, y en medio de una de las mayores tropelías que el espíritu olímpico hubiera podido nunca esperar, Khalid Skah vencía a Richard Chelimo. Como si no fuera con él, y ajeno al bélico clima de tensión resultante sobre su figura, un radiante y cínico Skah lanzaba besos al público y alzaba sus pulgares al cielo en signo de victoria.

Minutos después, como era obvio, Khalid Skah era descalificado, tras reunirse los siete jueces que componían el Comité de Apelación de la IAAF. Entendían que había recibido ayuda de Boutayeb, y que éste había obstaculizado claramente a Chelimo. Sin embargo, en una de las maniobras más políticamente coaccionadoras que se recuerdan, el oro que ganó de manera indecente en la pista, y que se le había arrebatado de forma correcta en los despachos, regresaba a las manos del controvertido magrebí en un lapso de apenas veinticuatro horas. A petición —o presión— de la delegación marroquí, los jueces volvían a estudiar el vídeo, y terminaban por resolver que no existía ninguna intencionalidad en la actitud de Boutayeb. Resulta impensable, observando hoy las imágenes, que un órgano de este calibre y calado, con la autoridad y conocimiento de las normas que rigen este deporte que se le presupone, pudiese esgrimir opinión semejante, cuando la filmación televisiva revela firmes evidencias de lo contrario. Tras la tremenda rabieta marroquí, los responsables técnicos del combinado norteafricano sólo acertaron a aclarar que «Skah no conoce de nada a Boutayeb, y éste es un pobre viejo que apenas sabe leer». Cuanto menos, impactante.

La reclamación oficial era, por tanto, aceptada, y el oro terminaría en manos, inexplicable y definitivamente, de Skah. El momento del podio —donde el mismo público que propinó una atronadora pitada al himno marroquí y a Skah, ovacionaba en pie a Chelimo— reflejaba claramente el sentir popular ante una decisión tan desacertada como injusta. Como suele ocurrir en estos casos, la acción sentó precedentes, y la normativa pasó a especificar de manera más fehaciente a partir de ese momento las determinaciones a tomar cuando ocurren este tipo de acontecimientos. El keniano, que ya había comentado que los marroquíes habían intercambiado «palabras en árabe» durante la carrera, encajó (al menos públicamente) la humillación con una entereza abrumadora. La procesión, como suele decirse, iría por dentro. Skah, de carácter siempre polémico y reaccionario, llegaría a hablar de «afrenta al pueblo marroquí»«atentado contra África» o «maniobra política de Estados Unidos». Tras recibir su medalla, un poco menos que indignado Skah diría que «los espectadores no entienden de atletismo».

Para que no haya dudas, se reproduce a continuación de manera textual el artículo que rige el caso.

Artículo 143 del Reglamento Oficial de la IAAF:

«Ningún participante puede recibir ayuda de ninguna clase durante el desarrollo de la prueba. La ayuda incluye dar consejos, información o asistencia directa utilizando cualquier medio, incluyendo el hecho de marcar el paso en carrera por parte de personas no participantes, por parte de corredores doblados o a punto de serlo, o por medio de cualquier aparato técnico».

Clausurando el tenebroso capítulo de Barcelona, Chelimo convierte 1993 en un año de tremendo éxito. Con tan sólo veintiún años, el 5 de julio arrebata en Estocolmo el récord mundial (y también plusmarca junior) de 10.000m a Arturo Barrios, deteniendo el reloj en 27:07.91, en una carrera sublime, donde corrió en solitario a partir del ecuador de la prueba. La alegría sólo le iba a durar cinco días, puesto que el día diez, su compatriota Yobes Ondieki se convertía en Oslo en el primer hombre capaz de romper la barrera de los veintisiete minutos (26:58.38). Llegando Chelimo entre el grupo de claros favoritos al gran acontecimiento del año, el Campeonato Mundial de Stuttgart ’93, el keniano sólo podía conseguir el bronce, tras ser incapaz de aguantar el ritmo de Gebrselassie y Tanui. El joven Haile conseguía su primer título mundial en una controvertida carrera.

Y a partir de este momento, la trayectoria de Richard Chelimo simplemente, se volatiliza. Tras cinco años brillantes, su progresión se estanca, deja de competir, y tras problemas de lesiones, abandono de las competiciones y mucho tiempo apartado de las pistas, en 1996 anuncia definitivamente su retirada del atletismo. La razón, un profundo desánimo tras haber llegado a la cima, y no haber conseguido el éxito esperado. Un juguete roto. Con tan sólo veinticuatro años. Y una nueva vida en el horizonte. Lo que no sabía es que no iba a ser especialmente duradera.

No demasiado tiempo después de iniciar su carrera en el ejército keniano, Chelimo comenzó a tener problemas con la bebida. Tras aumentar de peso con una tremenda rapidez, y pese a los intentos de sus antiguos compañeros Moses Tanui y William Mutwol de reengancharlo a la élite, Chelimo jamás consiguió recuperar su antigua forma.

Llegó a engordar más de treinta kilos. Y posteriormente, adelgazó más de veinte, después de descomunales esfuerzos por alcanzar un estado físico, sino óptimo, al menos cercano al que le permitió ser el gran atleta que fue.

Sin embargo, y pese a sus tentativas, Chelimo fallecía súbitamente el 15 de agosto de 2001 en el Hospital Universitario de Moi, en Eldoret, tras haber sido hospitalizado pocas horas antes. Las causas que se esgrimieron, posiblemente un tumor cerebral, que se le habría diagnosticado apenas una semana antes.

El gran campeón marroquí, Hicham El Guerrouj, en una entrevista de aquel año 2001, vaticinaba que «muchos atletas morirán prematuramente a causa del dopaje. Dentro de 20 ó 30 años, veremos quién se dopaba y quién no. Mirad lo que le ha ocurrido a Chelimo». Duras e impactantes palabras, que, en el caso de Chelimo, nunca se conocerá a ciencia cierta si esconden una terrible realidad.

Tanto si fuera cierto como si no, se antoja complicado obviar la tragedia de uno de esos muchos atletas que rozan la gloria, incluso tontean y coquetean con ella, pero no aciertan a dominarla. Besan el cielo, y abrazan el infierno. Y su historia se dilapida a la vez que se perpetúa hasta la eternidad.

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