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Recordamos… Sammy Wanjiru: siempre nos quedará Pekín

«El hombre no tiene una sola y única vida, sino muchas, enlazadas unas con otras, y esa es la causa de su desgracia».

François-René de Chateaubriand.

Esta es una historia mágica, y a la vez trágica. Única e inexplicable. Una de las trayectorias vitales y deportivas más despampanantes y a la vez desordenadas que el atletismo haya conocido jamás.

Samuel Kamau Wanjiru, nacido el 10 de noviembre de 1986 en la ciudad colonial de Nyahururu, en Kenia, fue un atleta excesivo. Como comienzo, se le podría presentar como uno de los precursores en el derribo de prototipos y estereotipos generalizados del mundo del atletismo en ruta. Rápido como pocos fondistas, difícilmente se comprendería su talento sin explicar, al menos mínimamente, su azarosa, caótica y enmarañada vida personal.

Wanjiru no fue, precisamente, un atleta precoz, como muchas veces es catalogado, generalizando su trayectoria (aunque sí lo fuera a nivel de éxitos en una prueba de tan peculiar sentido como el maratón). Su historia de amor con el atletismo comienza a una edad tardía, los 15 años, tras sobrepasar una infancia lastimosamente pobre, en la que, por citar un ejemplo, no utilizó calzado alguno hasta cumplir los 14 años. Su madre, Hannah, tuvo que encomendarlo desde corta edad al cuidado de sus abuelos, junto con su hermano pequeño Simon, situándose ella, en viaje perenne y solitario, búsqueda y captura del sustento económico. Los pequeños jamás llegaron a conocer a su padre.

El refrendo del comienzo de su actividad deportiva llega cuando se traslada en 2002 a Japón. Un ojeador, encargado de rastrear jóvenes talentos en el Valle del Rift, contacta con el entrenador de Wanjiru, viendo en el chico una aptitud especial. Ofrecería a Sammy una beca para que sopesara la posibilidad de concluir sus estudios secundarios, que no pudo finalizar en Kenia, fruto de la pobreza de su familia, en el país del Sol Naciente. Sin pensarlo en demasía ni tener una idea siquiera mínimamente forjada de dónde se encontraba Japón, Sammy aceptó a ciegas, siendo inscrito en la escuela secundaria ‘Ikuei Gakuen’ de Sendai, capital de la prefectura de Miyagi, en la región de Tohoku. Pronto empezó a labrarse una reputación como atleta, participando brillantemente en las tradicionales ‘Ekiden’, carreras de relevos en ruta.

Tras graduarse en 2005, pasa a formar parte del equipo Toyota Kyushu de Fukuoka, donde su entrenador, Koichi Morishita (plata en el maratón de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992) adivinaba en Wanjiru un talento fuera de lo común. Pese a tratarse de una persona tranquila, paciente y calmada, Samuel siempre se sintió ciertamente limitado con el estilo de vida y la cultura del país asiático. Era un mujeriego empedernido. En un viaje relámpago a Kenia, Wanjiru iba a conocer a la que se convertía, casi instantáneamente, en su esposa, bastión y eje fundamental de su profusa historia: Triza Njeri. La joven comenzaría a vivir en una casa arrendada por Wanjiru, que se ocuparía desde ese momento de su manutención. Sin embargo, su relación nunca se llegaría a formalizar de manera oficial.

Los éxitos no tardaron en llegar. El talento de Wanjiru no podía sino florecer con escandalosa avidez. El 11 de septiembre de 2005, el keniano bate en Róterdam la plusmarca mundial de medio maratón, desde 1998 en poder de su compatriota Paul Tergat, por sólo un segundo (59:16). Fue su esplendoroso y definitivo salto al panorama atlético internacional, que reclamaba un sitio de oro para el nuevo talento africano.

Apenas cuatro meses después, el mito Haile Gebrselassie se convertía en el primer humano en bajar de los 59 minutos en los 21.097 metros. Sin embargo, sus 58:55 iban a ser de nuevo derribados por Wanjiru. Un estratosférico 58:33 en La Haya el 17 de marzo de 2007 con el que volvía a adueñarse del récord mundial. A finales de ese 2007, el 2 de diciembre, en Fukuoka, se producía su debut en maratón, venciendo la prueba con un registro de 2h06:39, descomunal para un debutante, y más de tan corta edad -21 años-. A partir de este momento, la trayectoria vital de Wanjiru comienza a dibujar paulatinamente, y por vez primera, un sendero oscuro, introduciéndose en una espiral de dispendio que no pueda tacharse sino de atolondrado y baldío, tanto a nivel sentimental como, sobre todo, a nivel económico. Las dos mujeres más importantes de su vida, su madre Hannah y su esposa Triza, siempre rivalizaron por controlar su espíritu indomable. Especialmente, vistas las circunstancias, sentían ávida predilección por su fortuna. Si Wanjiru reformaba la inmensa casa que le había construido a su progenitora, su mujer montaba en cólera. Y si éste agasajaba a su cónyuge con dispendiosos regalos, Hannah llamaba al orden a su vástago. La tensión era superlativa entre las dos mujeres, cuyas casas, apenas separadas en doscientos metros, convertían en nada infrecuente el hecho de que cualquier vecino o conocido de Sammy se pusiera en contacto con él para que acudiera rápidamente a la zona en pos de mediar en una nueva contienda.

El dinero que ingresaba se lo gastaba como si le quemara en las manos. Sus compañeros de entrenamiento han contado a lo largo de los años una y mil historias sobre ello. Nunca tuvo reparo en comprar lo que fuese necesario (o no), tanto para él como para cualquiera que se lo pidiese, a precios siempre muy superiores a los debidos (nunca negociaba ni regateaba un precio, especialmente cuando había bebido -momentos muy dados, por otra parte, al jolgorio y derroche monetario-. Y nunca dudó en despilfarrar miles de dólares en activos de valor muy inferior. Jamás negó una ayuda económica a aquel que se la pidiera. Y cuentan que era tan generoso como ingenuo. Además, tras una infancia dura, vio la posibilidad de disfrutar de la fortuna que estaba amasando. A la par, comenzaron a gestarse sus problemas con el alcohol.

En 2008, con la mente en los Juegos Olímpicos, Wanjiru vencía en la media maratón de Granollers, y terminaba en segunda posición, tras Martin Lel, en Londres, con la que hasta ese momento era su mejor marca en los 42.195 metros, 2h05:24. Y con tan sólo 21 años, Wanjiru se situaba en la línea de salida del maratón olímpico en Pekín. A pesar de su precocidad, totalmente inhabitual por aquel entonces en el mundo de la larga distancia (más usual en la actualidad), donde la tradición abogó siempre por atletas experimentados, muy trabajados en la pista, y que apostaban por la ruta sobradamente superada la treintena, Wanjiru se había convertido en un auténtico fenómeno en irrupción, consiguiendo importantísimos ingresos por cada competición que disputaba, así como un suculento contrato comercial con Nike. En un calurosísimo día, aquel 24 de agosto de 2008, se citaban en la capital china los mejores fondistas del mundo. Veintiséis atletas con marcas por debajo de 2h09 de un total de noventa y seis participantes, de los cuales abandonaron veinte.

24 grados y un 52% de humedad convertían el ambiente altamente contaminado de Pekín en una atmósfera enrarecida e irrespirable. Wanjiru lo tuvo claro desde el principio: había que correr rápido. La batalla se planteó a ritmo de infarto. Y Sammy sabía que era lo mejor que podía ocurrir. Al paso por el décimo kilómetro, solamente ocho atletas aguantaban el ritmo de la cabeza. En el vigésimo punto kilométrico, sólo cinco. Con Martin Lel y Yonas Kifle perdiendo terreno, y Deriba Merga pagando el esfuerzo de sus intentos por cambiar de ritmo, Wanjiru atacó. Sólo el etíope Merga fue capaz de seguirle. El marroquí Jaouad Gharib, que había perdido unos metros en primera instancia, se recuperaba, dando caza a Wanjiru y Merga. Esta vez era el abisinio el que se descolgaba. Faltando apenas cinco kilómetros, en lo que puede tacharse, como poco, de auténtica exhibición, Wanjiru rompe a Gharib, quedando libre el camino hacia el Beijing National Stadium. En unos últimos kilómetros para el recuerdo, el keniano proclamaba su candidatura al cetro de mejor maratoniano del momento. Primer oro olímpico en maratón para Kenia, con Gharib segundo y el etíope Kebede, en una gran remontada, tercero. Por si fuera poco, Wanjiru rompía el récord olímpico (vigente aún), con 2h06:32, destrozando el 2h09:21 que el portugués Carlos Lopes ostentaba desde Los Ángeles ’84.

Tras su impresionante triunfo olímpico, en 2009 Samuel correría dos de las maratones más importantes del planeta: en abril, se alzaba con la victoria en Londres, con récord de la prueba (2h05:10, vídeo), y en octubre deslumbraba en Chicago con 2h05:41, también récord del circuito (vídeo).

Y durante ese año, un nuevo acontecimiento tambalearía la ya convulsa existencia de Wanjiru, y es que una nueva mujer iba a aparecer en el día a día del maratoniano. Se trataba de la joven y prometedora atleta Mary Wacera, que entrenaba en la misma pista que frecuentaba Wanjiru. Pronto comenzaron a entrenar juntos, entablando una estrecha relación. Hannah Wanjiru siempre sintió predilección por Wacera, ya que la atleta nunca se interesó por el aspecto económico de la vida de Sammy, quien, por cierto, cada vez daba más rienda suelta a su afición por la vida desenfrenada. La noche, el alcohol y (según se rumoreaba) las mujeres, se convirtieron en hábitos constantes de su desordenada existencia.

Pese a que Wanjiru ya tenía dos hijos con Triza Njeri, Sammy y Mary se casaban oficialmente en diciembre de 2009. La relación con Triza nunca había sido oficializada, y en Kenia continúa siendo una situación relativamente frecuente que un hombre tenga varias mujeres. Pese a que la relación de Mary con la madre de Sammy era más que correcta, Triza odiaba a su nueva ‘rival’. Entre la casa de su madre y la de su primera mujer, Sammy alquilaba una residencia para Wacera. La bomba de relojería es que las tres vivían en un margen de apenas doscientos metros.

En 2010, el nivel físico de Wanjiru llegó a rozar niveles verdaderamente preocupantes. El campeón keniano no conseguía ocultar sus problemas con el alcohol, viéndose obligado a abandonar sin llegar al ecuador el maratón de Londres en abril. Su mánager, el italiano Federico Rosa, lograba convencer a su pupilo para que se sometiera a varias pruebas médicas, buscando provocar en él una reacción inmediata que le obligara a un replanteamiento de la situación. Rosa sospechaba, como así se constató, que la salud de Wanjiru corría serio peligro de continuar con sus hábitos autodestructivos. Sus abusos con el alcohol le habían convertido en una sombra de lo que era apenas año y medio antes. Wanjiru, con la intención de volver a Chicago en octubre, se trasladó a entrenar a Eldoret, lejos de su familia y de las malas compañías que lo frecuentaban en Nyahururu, ávidos de su dinero y su generosidad extrema, casi absurda en muchas ocasiones. Con varios kilos de más, era incapaz de aguantar una hora corriendo. Sin embargo, su tenacidad se impuso a todo lo demás. «Por favor, dejadme intentarlo», les decía a sus allegados. El 10 de octubre en Chicago, Wanjiru disputó la que fue posiblemente, junto con Pekín, su carrera más extraordinaria. En un combate épico, cuerpo a cuerpo, con Tsegaye Kebede, demostró una fortaleza fuera de lo común, superándose constantemente ambos atletas, en un duelo que quedará perpetuado en la historia como uno de los más bellos que el maratón consigue recordar. Nadie lo sabía aún, pero Wanjiru nunca volvería a correr un maratón.

A partir de este momento, tras regresar a su casa de Nyahururu después de su brillante victoria en Chicago, emergió el Wanjiru más autodestructivo que existiera jamás. Como después recordó su esposa Mary, bebía constantemente, pasando los días y las noches en permanente ebriedad, alterado, malhumorado, incapaz de mantenerse despierto en una conversación. A finales de 2010, el 29 de diciembre concretamente, una trifulca propició el principio del fin de la vida de Wanjiru.

Tras una fuerte discusión con Triza, un Wanjiru en avanzado estado de embriaguez era detenido en posesión de un fusil de asalto AK-47, con el que, presuntamente, había golpeado a un guarda de seguridad tras haber amenazado de muerte a su mujer y a su ama de llaves. Ambas mujeres habían podido escapar, y el guarda de seguridad, en su intento de socorrerlas, era violentamente golpeado por Wanjiru con la culata del fusil. Tras negar tajantemente los hechos ante el juez, Wanjiru era puesto en libertad bajo fianza. De ser declarado culpable, podía enfrentarse a una pena de prisión de entre tres y cinco años.

Tras firmar una declaración jurada a Njeri (en la que ésta le obligaba, entre otras cosas, a abandonar a Wacera), los cargos fueron retirados, y su primera esposa trasladó su residencia lejos de Nyahururu, para evitar problemas con Hannah Wanjiru y Mary Wacera. Sin embargo, los cargos por posesión ilícita de armas continuaron en vigor.

Pese a estar residiendo en Eldoret, junto con su preparador Claudio Berardelli y varios compañeros de entrenamiento, alejado de Nyahururu y de los malos hábitos, y con la firme intención de preparar el maratón de Nueva York, la tarde del 14 de mayo Wanjiru tenía que viajar a su localidad de nacimiento y residencia para realizar una serie de gestiones relacionadas con el juicio por tenencia ilegal de armas, entre ellas, reembolsar ciertos pagos a su abogado. Sin embargo, y pese a que su compañero de entrenamientos Daniel Gatheru viajó con él -por orden expresa de Berardelli, que controlaba constantemente a su pupilo-, por el camino afloraría el peor Wanjiru. Se detenía en varios locales que solía frecuentar, haciendo una fugaz visita a Judy Wambui, una de «sus chicas»Tras cenar con Gatheru, con el que fijaba hora al día siguiente para entrenar, y después volver a Eldoret, siguió bebiendo. Jane Nduta, camarera del restaurante donde Wanjiru cenó y amante ocasional del maratoniano, se fue con él a su casa, no sin antes zanjar la noche con una última copa. Todos los hechos acaecidos a partir de ese momento, tomando como punto de partida la llegada de Wanjiru y Nduta a la casa, siguen envueltos en un comprometido halo de misterio.

Poco después de las once de la noche, Wanjiru y Nduta llegan a la casa. Ni media hora después, llega Triza Njeri. Tras una fuerte discusión entre ambas mujeres, Njeri cierra con un candado la puerta del dormitorio donde encuentra a Wanjiru con su amante, imposibilitando la salida de ambos de la habitación. Según la teórica reconstrucción de los hechos que posteriormente realizó la policía, un enfurecido Wanjiru buscó la posibilidad de saltar a la calle desde el balcón de la habitación, única manera de salir de la casa en semejantes circunstancias. Pero tras una enérgica tarde etílica, Wanjiru calcula mal, y se precipita desde una altura de unos tres metros, golpeándose fuertemente la parte posterior de la cabeza. Según los forenses, los daños internos producidos por la caída fueron más que suficientes para causarle la muerte, certificada apenas una hora después en el hospital de Nyahururu.

Pese a la versión oficial que se facilitó de lo acaecido, muchos apuntan al suicidio como causa de la muerte. No resulta descabellado, pese a todo, pensar que Wanjiru pudiera quitarse la vida, envuelto en una espiral casi psicótica de problemas familiares, financieros y físicos, con su fuerte adicción a la bebida y a la autodestrucción como puntales de una coyuntura casi crítica en ocasiones. Lo enmarañado de su vida personal y el grave conflicto judicial en el que se había visto envuelto en los últimos meses mantenían al atleta, más que posiblemente, en un estado muy cercano a la depresión («quiero olvidar mis problemas», recordaba Wacera). Otras fuentes apuntan, directamente, a la posibilidad de que Wanjiru pudiera ser asesinado. La investigación en sí fue un absoluto despropósito. La casa, de manera inexplicable, fue rápidamente adecentada, eliminando con ello la posibilidad de encontrar cualquier indicio, y sus documentos de identidad y tarjetas bancarias eran confiscados por un cuerpo de policía insultantemente arcaico. En vista de muchos testimonios, es posible que, de la misma manera, muchos policías de la zona pudiesen estar resentidos con Wanjiru (éste había llegado a afirmar que el cargo de posesión de arma de fuego le había sido imputado porque muchos querían su dinero). Lo que sí parece cierto, reconocido por él mismo, es que su hermano Simon fue amenazado, y su madre denunció amargamente que la muerte de su hijo fue un asesinato, intentando retrasar su entierro amenazando con un machete a todo el que se le pusiera por delante, con el objetivo de que la investigación fuera concienzuda. No lo consiguió.

Pese a las conjeturas, la hipótesis, de largo, más probable, tras muchos estudios posteriores, rumores, informes y elucubraciones, es que la versión que dio la policía sea casi un calco de lo que ocurrió aquella noche. Nunca lo sabremos.

Lo que sí resulta puramente cierto es que, a partir de la recordadísima victoria de Wanjiru en Pekín, el maratón en Kenia pasó a convertirse definitivamente en una prueba de honor, en la que el campeón de Nyahururu mostró el camino a los que hoy son sus discípulos.

Aquel 24 de agosto de 2008 se ha convertido en la victoria de la ilusión para un pueblo. Una victoria que, en muchos sentidos, cambiaba su mentalidad, y Wanjiru, pese a sus excesos, sus errores y aquella vida plena de caos, desenfreno y desorden, descansa en el olimpo de los dioses kenianos como uno de sus mayores ejemplos de orgullo y pundonor que florecieran en el país, ganándose con ello el corazón de todo un pueblo. Por su raza, por su valentía y, sobre todo, por su magnífico talento. Descansa en paz, Sammy.

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