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Recordamos… El regreso de ‘La Tormenta del Caribe’

Campeonato del Mundo de Gotemburgo. 13 de agosto de 1995. Final de los 800m femeninos. Tercer puesto para la británica Kelly Holmes, y segundo lugar para la atleta de Surinam, Letitia Vriesde. En lo más alto, la cubana Ana Fidelia Quirot.

‘La Tormenta del Caribe’.

Nacida el 23 de marzo de 1963 en Palma Soriano, ciudad de la zona más oriental de la isla de Cuba, Ana Fidelia Quirot entra a formar parte con escasos veinte años de la Selección Nacional Cubana, para someterse a los diferentes programas de alto rendimiento. Disciplinada, tenaz y sobresaliente a nivel técnico, se convertiría pronto en un auténtico puntal en los 400m, y sobre todo, en los 800m, donde demostraba una fuerza descomunal en las últimas partes de carrera. 

Su periplo deportivo, aún exiguo, especialmente a nivel internacional, sufre un primer revés al no acudir Cuba (junto con Albania, Corea del Norte, Etiopía, Nicaragua y Seychelles) a los Juegos Olímpicos de Seúl ’88, en lo que se convirtió en una controvertida maniobra política. Cuba alegaba que, al imperar en Corea del Sur un régimen dictatorial, se boicoteaba la posibilidad de compartir aquella sede con sus vecinos del norte, agravio que la isla caribeña, comandante Castro al frente, compartía. Paradojas de la vida. De haber sido así, Ana Fidelia se hubiese encontrado ante la primera gran oportunidad de su carrera. Gran favorita, incluso en aquel momento.

Tras aquel escollo, Quirot llega a 1989 en su plenitud: rubrica los títulos de 400m y 800m en la Copa del Mundo. Sería elegida Atleta Femenina del Año por la IAAF. Entre 1987 y 1990, ganaría la friolera de treinta y nueve carreras consecutivas de 800m, y ya en el año 1990, conseguiría quince victorias seguidas en 400m.

Plata en los Mundiales de Tokio en 1991, y bronce en los Juegos de Barcelona ’92 compitiendo con problemas físicos, la trayectoria existencial de Quirot experimentaría un vuelco radical a partir de aquel preciso instante. El 22 de enero de 1993 iba a convertirse en un punto y aparte en su vida y en su carrera. Un accidente doméstico le ocasionaba quemaduras de segundo y tercer grado en casi el 40% de su cuerpo (se desconoce, según las dos versiones existentes, si fue con agua hirviendo o a consecuencia de un incidente con una cocina de queroseno). Ana Fidelia tuvo que ser sometida a complejas y arduas operaciones quirúrgicas, una de ellas una cesárea de urgencia. La caribeña estaba embarazada en aquel momento de siete meses. El bebé que esperaba nacería sin vida.

Tras un sinfín de cirugías (veintiuna, para ser exactos) para recomponer su rostro y las gravísimas quemaduras que sufría, especialmente en la parte superior de su cuerpo, se enfrentaba al proceso más complicado de su existencia. Siendo atleta de élite, nadie apostaba porque Quirot consiguiera volver a su lugar natural, al sitio que se había ganado por derecho propio. Los efectos del accidente, devastadores, los daños psicológicos y físicos, circunspectos, y el camino por recorrer, demasiado tortuoso. Había perdido movilidad, y los tejidos podían no adaptarse a las duras sesiones de rehabilitación, fisioterapia y entrenamiento. Sin embargo, su tenacidad, fuerza y determinación, ya latentes desde su infancia, cuando comenzó a practicar el atletismo, se multiplicaron de una manera descaradamente exponencial. Ana Fidelia se había fijado un objetivo: regresar a unos Juegos Olímpicos. En el subconsciente, no ya sólo volver, sino lograr el oro, de cara a Atlanta ’96.

Un rumor muy extendido, especialmente en su país, fue que Quirot mantenía una relación con el saltador de altura Javier Sotomayor, de la cual la ochocentista habría quedado embarazada. Sotomayor, casado, quiso desentenderse y en ningún momento reveló ninguna intención de asumir su paternidad, con lo que una exasperada Quirot intentó suicidarse. Posiblemente se trate de un dato que jamás torne en constatable.

Tras el objetivo que se marcaba Ana Fidelia para regresar a lo más alto, y con ambición y preparación mayores que en ningún otro momento de su trayectoria, no se hizo esperar demasiado su regreso, aquel que parecía que jamás se iba a producir tras la virulencia de lo sucedido. En noviembre de 1993, dejando atrás diez meses de trabajo durísimo y demostrando una obstinación fuera de lo común, Ana Fidelia Quirot reaparecía en las pistas en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, celebrados en Ponce (Puerto Rico). En su prueba predilecta, los 800m, se llevaría la plata. Pero lo más importante que se trascendió de su retorno, y que ella acuñó con latente cariño fue la estruendosa y conmovedora ovación de un público que reconocía el laborioso esfuerzo de la valiente cubana. Quirot, emocionada hasta el extremo, agradecía el gesto con una aún recordada vuelta de honor.

Con más fuerza que nunca, y tras someterse a varias operaciones añadidas durante todo el año 1994 para recomponer los tejidos de los brazos y el cuello, buscando mayor elasticidad, volvía a una gran cita en aquel mítico Mundial de Gotemburgo, en Suecia, a finales del verano de 1995. Y para sorpresa del universo atlético, se contemplaba la imagen: Quirot, todo coraje, todo valor y obstinación, regresaba a la vida, renacía de entre las cenizas de un infierno terrenal que, lejos de convertir en trágica su existencia, perpetuaba la lucha y el orgullo de un nuevo intento por vivir y triunfar. ‘La Tormenta del Caribe’ había regresado, convirtiéndose en Campeona del Mundo.

Los JJOO de Atlanta ’96 asistirían a la consecución de una plata con sabor dorado, y el nuevo Campeonato Mundial en Atenas ’97 servirían para ratificar la calidad de una atleta excepcional, con una magnífica y nueva victoria (aquí la carrera). En 1999, Ana Fidelia lograría el tercero de sus sueños, tras escapar de la muerte: convertirse en madre. Entre todos ellos, que fueron muchos, el mayor triunfo de su vida.

«Ganar en Gotemburgo ’95 fue muy importante, la carrera que marcó mi vida, porque le reafirmé a mucha gente que había Ana Fidelia para rato»

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