Aquel 7 de agosto de 1948, a las tres en punto de la tarde, eran de la partida 41 atletas. Día nuboso y húmedo, con ligero viento. La táctica de Gailly era tan clara como revolucionaria para aquellos tiempos del atletismo. Sin importarle los ritmos de los demás competidores, y obviando que se trataba de su debut en la distancia, había elaborado un plan para saber exactamente cuáles eran sus tiempos de paso por kilómetro, confiando en rondar una marca en torno a las dos horas y treinta minutos.
Prácticamente desde el principio de la prueba, a partir del kilómetro 5, su ritmo implacable le permitió obtener una ventaja clara sobre sus rivales. El éxito de su novedoso planteamiento se plasmó en el hecho de que corrió escapado, en solitario, hasta el kilómetro 32, cumpliendo escrupulosamente sus previsiones. En los parciales anteriores, esa ventaja (establecida en unos constantes cuarenta, cuarenta y cinco segundos) había ido reduciéndose paulatinamente, gracias especialmente al buen hacer de cuatro atletas: los argentinos Delfo Cabrera y Eusebio Guiñez, el surcoreano Choi Yun-Chil y el británico (galés, para más señas) Thomas 'Tom' Richards. Poco antes de dar caza a Gailly, el argentino Guiñez cede y el coreano Choi se ve obligado a retirarse. Pero Cabrera y Richards no cejarían en su empeño, atrapando al maratoniano belga, primero uno, y después el otro.
Pese a sorprenderse por lo acontecido, pero encontrándose bien de fuerzas, Gailly cambia el ritmo y vuelve a liderar, de nuevo en solitario. Preso de su corazón, y viendo y sientiendo cada vez más cerca el Empire Stadium, popularmente conocido como Wembley (por encontrarse en el barrio londinense del mismo nombre), Gailly ya se veía campeón olímpico. Lo que ocurrió a partir de ese momento, no pudo sino evocar un acontecimiento que había tenido lugar a escasos diez kilómetros de allí, en el White City Stadium, el 24 de julio de 1908 (y relatado en este artículo).
En el absoluto paradigma de un caprichoso destino, Gailly notaba cómo su cuerpo se paralizaba al cruzar la puerta del estadio. Cuando tan sólo le restaban cuatrocientos metros para concluir su gesta, sintió una aguda punzada en la zona abdominal. Sin tiempo para reaccionar, y sin apenas fuerzas para combatirlo, Gailly se tambaleó por vez primera, ante los ojos de los cien mil espectadores que abarrotaban las gradas de Wembley.
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Gailly (izda.) sobrepasado ya en el estadio por Cabrera |
Cabrera, con una marca de 2h34:51, elegante y tranquilo, se convertía en el segundo campeón olímpico argentino de maratón, tras conseguirlo Juan Carlos Zabala dieciséis años antes, en Los Ángeles 1932. El veterano galés de treinta y ocho años, Tom Richards, se adjudicaba la plata ante su público, finalizando en 2h35:07.
Tercero, apenas pudiendo dar un paso tras de otro, Étienne Gailly, con 2h35:33. Tal era su estado, que tuvo que ser sujetado para no caerse al momento de cruzar la línea de meta. Pocos segundos después, tras tímidas sonrisas y miradas perdidas, fuera de sí, como un autómata en un universo desconocido, Gailly se desplomaba, incapaz de dar un paso más. Era conducido de urgencia al hospital. Ni siquiera iba a poder estar presente en la ceremonia de entrega de medallas.
Curiosamente, aquel maratón fue inaugurado, dando el disparo de salida, por el italiano Dorando Pietri, también protagonista de una historia similar, fechada justamente cuarenta años antes, en 1908. El COI quiso brindar a Pietri aquel merecido homenaje. Sin embargo, y en relación con la efeméride, más curioso aún fue el hecho que terminaría por demostrarse: el tipo que, a nombre de Pietri, se hospedaba rodeado de lujos en un fastuosísimo hotel londinense, acabaría siendo revelado como un impostor. La razón, constatar que Pietri había fallecido el 7 de febrero de 1942, más de seis años antes.
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Étienne y su hermano Pierre, en la Guerra de Corea en 1951 |
Estas son algunas magníficas imágenes de aquel maratón, un pequeño reportaje de menos de cinco minutos, que ilustra en todo su esplendor la dureza del atletismo en aquellos años (ver vídeo en Youtube).
Gailly (camiseta roja, dorsal 252)
Choi, en el momento de su abandono (dorsal 273, minuto 1:44)
Richards (camiseta blanca con raya roja y azul, dorsal 266)
Cabrera (camiseta blanca con dos rayas azules, dorsal 233)
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