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Recordamos… Polin Belisle: el maratoniano fantasma

Belice es un pequeño país de Centroamérica de poco más de 300.000 habitantes hoy en día, que fue colonia británica hasta los primeros años ochenta. Su tradición olímpica se remonta a una participación escasamente destacable en atletismo, con dos velocistas durante los Juegos de Los Ángeles ’84 (Pablo Reneau, octavo en 100m, y Damel Flores, quinto en 200m), un boxeador con discreto resultado, y eliminaciones tempranas en pruebas ciclistas. Para un país tan pequeño y con nula tradición, buen primer envite.

Pero la historia que estas líneas relatan se desarrolla a partir de los siguientes Juegos, los celebrados en Seúl, capital de Corea del Sur, en 1988. Enviando evidencias a la Belize Amateur Athletics Association, un atleta pretendía embarcarse, junto con nueve deportistas más que su país enviaba a Seúl, en su sueño por disputar aquellos Juegos Olímpicos. Su supuesta credencial, un cuarto puesto en la maratón californiana de Long Beach de 1988, con un tiempo de 2h36:18. Su nombre, Polin Belisle.

Belisle, finalmente incluido en el equipo olímpico, alardeaba de su durísimo trabajo de preparación en las semanas previas. Una media de cuatrocientos kilómetros semanales (si, cuatrocientos), dieta estricta, vida monacal absoluta… Su ambición, según sus propias palabras, no tenía límites: «quiero ganar el oro». La realidad no podía ser más tozuda: puesto noventa y ocho (y último), con una marca de 3h14:02. Tuvo que detenerse en numerosas ocasiones, completamente deshidratado, aquejado de vómitos y profundos dolores estomacales, reacción que él achacó a la ínfima calidad de la comida del estado asiático. Lamentaba profundamente su mal resultado, a tenor del (supuesto) duro entrenamiento llevado a cabo durante las semanas y meses previos. Su sueño de ser campeón olímpico tendría, por tanto, que esperar.

Tres años más tarde, con su vigésimo segundo puesto en el maratón de Los Ángeles ’91, se ganaba de nuevo el derecho a estar en el equipo olímpico beliceño que acudiría a Barcelona, con 2h24:15. Las cosas, sin embargo, iban a torcerse súbitamente. Joan Burrell, presidente en aquellos años de la asociación atlética de Belice, confirmaba que Belisle no había sido seleccionado para aquel equipo olímpico, y que nadie de su departamento había contactado siquiera con él. Parece que Polin, pleno de confianza en lo que respectaba a su inclusión en el equipo, había apostado fuerte por su candidatura a acudir a Barcelona, consiguiendo asegurarse el mecenazgo de varias empresas que lo patrocinaban. Eso… y una fuerte campaña de ‘acoso y derribo’ a las autoridades de su país para que no se olvidaran de él. Sin embargo, antiguos compañeros en Seúl, como Eugéne Muslar (que fue eliminado en la primera ronda del 5.000m de los Juegos de Los Ángeles ’84, y que finalizaría en 79ª posición en el maratón en Seúl ’88, con 2h43:29), ya habían advertido acerca de su arrogancia, su extraña y siempre exagerada actitud, su desconocimiento de los preceptos casi básicos de su deporte… y su afición por la fiesta y el trasnoche. Por si fuera poco, el propio Muslar sospechaba que el resultado de Belisle en Seúl no correspondía a un problema con la comida coreana… sino que reflejaba a la perfección el nivel de competición real de su compatriota.

La Belize Amateur Athletics Association constató que Belisle había sido descalificado en varias maratones en el lapso de tiempo entre Seúl y aquel año 1992, y que había sospechas más que evidentes de que su carrera atlética se trataba, en toda regla, de una farsa de incalculables dimensiones. El propio Burrell reconocía que el maratoniano no acudió en condiciones a Seúl. Si a aquello se le unía el escepticismo de su entrenador en el instituto, y de uno de los responsables de aquel maratón de Long Beach ’88, las dudas representaban el caldo de cultivo más obvio para darse de bruces con una historia repleta de engaño e intereses. Un dato para la reflexión: Belisle, al ser preguntado y referirse a su mejor marca personal en maratón, hablaba de 2 horas y 11 minutos en el maratón de Chicago en 1991. No deja de ser curioso y revelador que, oficialmente, el ganador de aquel maratón fuera el brasileño Joseildo Rocha… que corrió en 2h14:33.

Una más. Fue descalificado en los maratones de Long Beach ’91 y Los Ángeles ’92, porque no aparecía en las grabaciones de carrera de los pasos intermedios, y no se poseía registro alguno de sus tiempos en dichos parciales, pero sí de su entrada en meta. Aparentemente ajeno a todo aquello, Belisle exigió insistentemente a los organizadores de Long Beach el premio que le correspondía por su quinto lugar. Fue contestado tajantemente: «ven a nuestras oficinas, e indícanos en el vídeo de la prueba quién eres». Belisle jamás se presentó.

Y como por arte de magia, Belisle aparecía de nuevo en la salida de un maratón olímpico, esta vez, en Barcelona ’92, competición para la que, supuestamente, no había sido incluido en el equipo beliceño. Sin embargo, se las había arreglado para ser incluido en el combinado de Honduras, alegando que nació en Puerto Cortés el 2 de julio de 1966, bajo el nombre de Apolinario Belisle Gómez. En un trámite exprés, juraba la nacionalidad hondureña, y embarcaba hacia Barcelona en busca de su sueño de ser campeón olímpico, inscrito esta vez en tres pruebas: 5.000m, 10.000m y maratón. Al llegar a la villa, fue, evidentemente, descubierto. Los atletas de Belice, atónitos ante su ficha y acreditación, alertaban de esta manera al responsable de su delegación, Ned Pitts (presidente del Comité Olímpico de Belice), para que el hecho fuera inmediatamente comunicado a su homónimo hondureño, Julio Villalta, que, tras disculparse de manera profunda por su desconocimiento del caso y de los antecedentes, expulsaba inmediatamente del equipo olímpico a Belisle. El atleta (o no) había conseguido engañar a todo el mundo, incluido Villalta. Tras solicitar permiso para conservar sus acreditaciones como recuerdo, fue expulsado de la villa olímpica, no presentándose a las pruebas en pista.

Sin embargo, aquel 9 de agosto de 1992, en la salida del maratón, en la localidad de Mataró, un pequeño atleta, con la equipación azul oscuro del combinado de Honduras, y el dorsal novecientos siete en el pecho, desafiaba a todo el mundo de nuevo durante breves instantes, para después desaparecer de los primeros lugares, y acabar abandonando la prueba (ver la imagen superior). Cómo no, se trataba de Polin Belisle, que inexplicablemente se las había ingeniado para confirmarse dentro de la lista de inscritos, cuando el equipo hondureño lo había expulsado de la villa olímpica días atrás. En el vídeo enlazado se le puede observar con meridiana claridad, en torno al minuto uno, en el centro del grupo, en primera fila, buscando ridícula y cínicamente una óptima colocación que, no iba a poder, sin embargo, mantener durante mucho tiempo.

Una historia que roza el más puro surrealismo. Sin lugar a dudas, una de las más bizarras de la historia de los Juegos Olímpicos y del atletismo. La historia del ‘maratoniano fantasma’.

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