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Duelos del Atletismo: Powell vs Lewis

Hoy este blog inaugura sección. Se desarrolla una idea que surge de la intención de revivir los que han sido los duelos más recordados de la historia de este deporte, comparando las estadísticas, los datos, las victorias y las derrotas, así como, sobre todo, los enfrentamientos directos. Para situar el broche inicial, una rivalidad que se convirtió en histórica durante la década de los 90. Sin más, nuestro duelo de hoy: Mike Powell vs. Carl Lewis.

A pesar de que no será la intención, el primer duelo tendrá que pivotar en torno a un enfrentamiento específico entre estos dos grandes atletas. Sus carreras no ofrecen, sin embargo, mucho margen de comparación. Carl Lewis, nacido en Birmingham, la ciudad más grande del estado de Alabama, el 1 de julio de 1961, fue especialista tanto en pruebas de velocidad como en salto de longitud. Consiguió en su carrera la friolera de 10 medallas olímpicas (9 oros y una plata), y 10 medallas en Campeonatos del Mundo (8 oros, una plata y un bronce). Fue dos veces plusmarquista mundial del hectómetro (9.93 y 9.86), y fue internacionalmente conocido con el sobrenombre de ‘El Hijo del Viento’. Toda una referencia y una institución atlética a nivel mundial, durante las décadas de los ochenta y los noventa, y que continúa siéndolo a día de hoy. El ‘Michael Jordan’ del atletismo.

Mike Powell, nacido en Philadelphia el 10 de noviembre de 1963, era, por el contrario, un especialista exclusivo en salto de longitud. Ya en los JJOO de Seúl, en 1988, conseguía la plata, tras Lewis, habiendo aparecido en la élite apenas un año antes. Hasta la fecha que nos ocupará hoy, Powell había perdido en todos los enfrentamientos con Lewis. 15 veces se habían enfrentado en concursos, 15 victorias para Lewis. Dos estilos completamente diferentes. Lewis, con una velocidad en carrera prodigiosa, basaba en ella su salto. Powell sostenía su magia en su estratosférica capacidad de batida. Simplificando mucho las cosas, velocidad contra fuerza, en este caso.

Nos trasladamos al 30 de agosto de 1991. Japón. Mundiales de Atletismo de Tokio. Final de salto de longitud. Apenas cinco días antes, Lewis había conseguido pulverizar, con 9.86, los 9.90 que Leroy Burrell consiguiera dos meses antes en Nueva York, en la final de los 100m, para hacerse por segunda vez con el récord mundial. Llegaba en un estado de forma brutal. En términos de competición, no se hablaba de quién iba a conseguir el oro. Parecía ridículo solamente pensar en que Lewis pudiera no ganarlo. Había dos ‘posibles’ candidatos, uno de ellos totalmente favorito. Pero no sólo favorito para alzarse con la victoria. Se hablaba de derrumbar un muro que había sido infranqueable durante casi 23 años. El también estadounidense Bob Beamon acunaba el récord desde su espectacular vuelo en los Juegos de México ’68. Aquellos legendarios 8 metros y 90 centímetros. Se antojaba complicado, complicadísimo. Pero llegaba ‘El Hijo del Viento’. Y eso eran palabras mayores. Powell tendría que conformarse con ponérselo ligeramente complicado a Lewis. «Si él me puede ganar a mi… ¿por qué yo no puedo ganarlo a él? Es un ser humano como cualquier otro», manifestaba Powell durante las tensas horas previas, inyectándose una auto-confianza que despertaba la misma admiración que condolencia. Tres años antes, en Seúl, Lewis había sido oro con un salto de 8.72m. Powell sólo podía apretarlo ligeramente, con 8.49m, consiguiendo la plata. De hecho, el de Alabama llevaba la friolera de 10 años sin perder un concurso de longitud.

Y comenzaba la fiesta. Típica noche veraniega, pre-tormenta. Ambiente extraña y calmadamente cargado. Humedad asfixiante. Viento apenas inexistente. Estadio lleno a rebosar. Se espera, sin saberlo aún, la antología.

Abre el concurso Powell. Se muestra frío, tensionado, nervioso. Un salto mediocre, 7.85m. Se estrena Lewis. Como si quisiera lanzar un recado ya inicial, mostrando su control de la situación y su concentración extrema: 8.68m, récord de los Campeonatos. Para empezar. Listón altísimo, sin viento, con una marca que podría, incluso, servirle para ganar el concurso. Por qué no. Y en el primer salto.

Segunda tentativa para ambos, Powell, 8.54m para ir entrando en materia y dejar de ser un manojo de nervios. Nulo para el de Alabama.

Tercer salto, 8.29m para Powell. Lewis amenaza, implacable: 8.83m. A un suspiro de Beamon. Eso sí, con viento mayor de lo legal para que se homologue la marca (+2.3 m/seg), pero teniendo en su mano la victoria, con un vuelo prodigioso. Sería el tercer mejor salto de la historia, si no hubiera existido la ilegalidad para la medición. Asoma el ecuador del concurso. Lo que ocurrió de aquí en adelante pertenece, única y exclusivamente, a la leyenda, trascendiendo los reductos del tiempo.

Cuarta tentativa: Powell relajado, Lewis atento… nulo. Powell, que había alzado los brazos sabedor de que era larguísimo, comienza a desesperarse, tras ver la bandera roja en alto. Se arrodilla ante la tablilla, suplica a los jueces. No da crédito a lo que ha ocurrido. Ahí va Lewis. Concentración. Comienza la carrera. Batida casi perfecta. Sabe que es bueno, pero pide calma. Ve el panel indicando +2.9 m/seg de viento favorable, y parece que maldice entre dientes. Medición. 8.91m. Lewis supera a Beamon por un centímetro. No será legal para el récord por el viento, pero ya es el hombre que más lejos ha saltado en la historia. Brazos en alto, rabia contenida que florece y ojos como platos. Sabe que lo tiene en su mano, quedándole aún dos saltos más. No sospechaba que el destino le arrebataría en unos momentos esa alegría.

A por la quinta. Salta Powell. Cero nervios. Suelta todo el aliento que el público contiene. Se acaba la presión, porque sabe que no tiene nada que perder. Comienza la carrera. 26 zancadas. Batida correcta pero mejorable (a 6 centímetros de la plastilina). Gestos de rabia, brazos arriba, +0.3 m/seg de viento a favor, muestra el panel. Powell espera impaciente, y Lewis expectante. El corazón se le sale del pecho. Y estalla de júbilo. 8 metros y 95 centímetros. Récord del mundo. Rabia, alegría, locura.

Pero a Lewis le quedaban dos saltos. Y había una cosa que estaba clara: estaba hecho de otra pasta. Por su cabeza no pasaba en ningún momento arrojar la toalla, fuese como fuese lo que tuviera delante. Salto larguísimo de nuevo, con ligerísimo viento en contra. 8.87m. Enorme salto… pero insuficiente.

Sexto y último salto. Va Powell. Presa quizá de los nervios por la posibilidad más que latente de la victoria, el agarrotamiento del que sabe que el destino no está en su mano, pero que la victoria es más que posible, hace nulo. Si los nervios estaban por las nubes, se le multiplican exponencialmente. «Estaba seguro de que, en ese último salto, Carl saltaría más de 9 metros», diría Powell después. Va ‘El Hijo del Viento’. De nuevo muy largo. Saluda, ligeramente consciente, aunque a la expectativa, de que se le escapa. Se le escapa el Campeonato, se le escapa Beamon, se le escapa Powell, y se le escapa un trocito de la historia. La medición tarda, pero es casi un secreto a voces. Viento legal a favor. Lewis se acerca a Powell, le tiende la mano, y el virtual campeón no puede soltársela. 8.84m, larguísimo, magnífico… pero de nuevo insuficiente. Y Powell se vuelve loco. Campeón del Mundo, derrotando al gran Carl Lewis, tras quince enfrentamientos en los que había sucumbido frente al más grande. Y lo que más importaba. Se convertía en el hombre que más había saltado en la historia. Más que Bob Beamon. 5 centímetros más lejos.

Mientras que Carl Lewis había realizado el mejor concurso de la historia, con unos cuatro últimos saltos memorables, todos por encima de 8.80m, Powell fue más irregular. Sin embargo, primaría algo que, al final, el propio Lewis reconocería amargamente: «Sinceramente, creo que hice la mejor serie de saltos de todos los tiempos. Mike solamente hizo uno. Quizá no lo vuelva a lograr nunca, pero hoy lo consiguió. Así es el salto de longitud. No es una serie de saltos. Es un salto».

MIKE POWELL7.85m8.54m8.29mX8.95mX
(+0.2)(+0.4)(+0.9)(+0.3)
CARL LEWIS8.68mX8.83m8.91m8.87m8.84m
(0.0)(+0.3)(+2.9)(-0.2)(+1.7)
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