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Stephen Kiprotich, por partida doble

Tras los Juegos Olímpicos de Londres ’12, un nombre resonaba con fuerza. El atletismo brindó muchas de las imágenes más sobresalientes de la cita olímpica (el impresionante récord del mundo de Rudisha, el sensacional doblete de Farah, la majestuosidad de Bolt…). Sin embargo, remitirse a la prueba de maratón para hacer ver que lo esperado, y menos en atletismo, muchas veces no sucede, es un ejemplo absolutamente paradigmático de vida y deporte. Lo imprevisible se adueña de la realidad, y acaba imponiéndose. Teniendo en cuenta la legión de etíopes y keniatas que acudían a Londres como favoritos, casi nadie podía esperar que un ugandés que en ese momento contaba con tan sólo 23 años (27 de febrero de 1989) brillara con luz propia. La imagen de su tremendo cambio de ritmo a Kipsang y Kirui, por las calles de Londres, saliendo de un estrecho codo, en ligera subida, es uno de los momentos más impactantes de la pasada cita olímpica. Tras una carrera en la que dejó clara en todo momento una inteligencia táctica inmaculada, esperó a los tres kilómetros finales para encontrar su ocasión. Tras una larga escapada con los keniatas Wilson Kipsang Kiprotich (2h03:42 en Frankfurt  en 2011, segunda mejor marca de todos los tiempos, y ganador del maratón de Londres ’12) y Abel Kirui (dos veces campeón del mundo, Berlín ’09 y Daegu ’11), y tras muchos momentos, especialmente en los avituallamientos, donde permanecía ligeramente rezagado, como si perdiera comba, como dejando ver que no iba a poder aguantar mucho más el ritmo de sus compañeros de fuga, asestó la puñalada definitiva en el momento más inesperado. El único que pareció poder responder fue Kirui, al que los kilómetros en cabeza le habían hecho perder fuelle. Kipsang, tras una fase intermedia de la carrera en la que estuvo escapado en solitario, marcando un fuerte ritmo, fue incapaz siquiera de intentar seguir al ugandés tras el ataque, quedando incluso descolgado de Kirui.

Este policía entrenado por el brillante Eliud Kipchoge (campeón del mundo de 5.000m en París ’03) se llevaba, de manera totalmente inesperada, la que fuera la primera medalla de oro olímpica para Uganda en 40 años, tras la histórica y recordada victoria de John Akii-Bua en los 400 metros vallas de Munich ’72 (ver maratón completo).

El oro de Kiprotich se convertía en canto de cisne para aquellos que acostumbran a lanzar las campanas al vuelo rápidamente. En muchos mentideros, se hablaba de lo efímero de su éxito, por lo exuberante y extraño de la victoria de un maratoniano con marcas discretas y con una trayectoria ciertamente escasa, amén de su corta edad. Tras su triunfo en el maratón de Enschede (Holanda) en 2011, con un discreto tiempo de 2h07:20(la que sigue siendo su mejor marca personal), casi nadie podía apostar por él en los JJOO. A día de hoy, correr en estos registros, a la vista de la extraordinaria hornada de talentos emergentes en el Valle del Rift, no es sinónimo de absolutamente nada, y aun menos cuando a la cita olímpica acudían corredores con marcas inferiores a 2 horas y 5 minutos. Atletas muy capaces de correr a ritmos cercanos al récord del mundo, pero con una capacidad táctica y una inteligencia en carrera no entrenada y evidentemente escasa. Muchos han sido los casos en los últimos años de intentos infructuosos de grandes marcas que concluían con monumentales ‘pájaras’. Sin embargo, lo llamativo, precisamente, de la victoria de Kiprotich fue la manera en la que lo consiguió: ideando y confiando en una carrera lenta (era de esperar, como en casi todos los grandes campeonatos), agazapándose en un grupo, pasando desapercibido, inmiscuyéndose en la escapada correcta… y guardando un último cambio descomunal, para dejar cariacontecidos a sus dos compañeros de fuga. Siendo, igualmente, un atleta curtido en el Valle del Rift, en el altiplano de Eldoret, igual que el resto de los principales competidores, sus características en este sentido están a años luz de lo que viene siendo habitual en los africanos.

Tras el éxito en Londres, nadie podía esperar que Kiprotich acudiera a los Mundiales de Moscú con afán de repetir la machada. Los kenianos Some, Koech y Kipkemboi, y los etíopes Desisa, Kebede y Lilesa copaban los primeros puestos de las apuestas. Nadie, absolutamente nadie, contaba con Kiprotich, como si quisieran y desearan confirmar que lo que ocurrió en Londres no podía volver a ocurrir, que fue flor de un día.

En una carrera, de nuevo, lenta y táctica, Kiprotich sacaba a relucir sus mejores armas. La prueba, comandada y controlada en todo momento por el potentísimo grupo de abisinios, fue para el ugandés un símil perfecto a los JJOO, la horma de su zapato: breves y tímidas escaramuzas, que daban paso a un grupo más formado y creíble, del que saldría el campeón final. En dicho grupo, Kiprotich se escondía, salvo un par de escarceos para dejarse ver en los primeros puestos. Su imagen habitual de los avituallamientos, a un lado, o en posiciones postreras del grupo, se convertía en inesperado deja vu, claro recordatorio de lo que sucedía un año antes en la capital británica. Cuando el etíope Tadese Tola tomaba el mando y endurecía la carrera, Kiprotich aguantaba con los mejores. Kilómetro 35, y el grupo ya se reducía a seis unidades: Some, Tola, Desisa, Kebede, el japonés Nakamoto (que ya perdía algún metro), y el ugandés, que ya era cabeza de carrera en ese parcial, señal de que su táctica comenzaba a tomar forma.

A partir de ahí, asumía sin prejuicios el mando de la carrera. Tola empezaba a quedarse paulatinamente, pagando el esfuerzo anterior, y los gestos de Desisa reflejaban la dureza del ritmo impuesto por el campeón olímpico. Si los etíopes se las prometían muy felices observando el devenir de la prueba, con un muro habían topado. Y es que Kiprotich, aprovechando de nuevo unas condiciones óptimas para su forma de correr, iba a demostrar, con una inteligencia enorme y una frescura física descomunal, que en este tipo de carreras es muy complicado vencerle. El baile al que sometía a Desisa (un atleta con una marca casi 3 minutos inferior a la de Kiprotich) en los dos últimos kilómetros se convertía en imagen casi icónica de los Mundiales de Moscú. Amagando a un lado, amagando al otro, corriendo en zig-zags… Desisa hacía lo imposible para no perder rueda, pero un último cambio de ritmo portentoso, en un codo de izquierdas, seguido de otro a derechas, le daba al ugandés el Campeonato del Mundo. Dejaba a Desisa totalmente descompuesto, incapaz de perseguirlo, y con la impotencia de verse totalmente superado por la situación y por su rival.

Stephen Kiprotich se convertía en el segundo atleta, tras el etíope Gezahegne Abera (Sydney ’00 y Edmonton ’01), en conseguir la victoria en los Juegos Olímpicos y en el Mundial de Atletismo. Un hito casi sin precedentes en la historia del atletismo. Y más, en una prueba tan impredecible, con tantos factores externos, con tanto peligro y tanta mística. Para aquellos que no creyeron en la calidad del ugandés, ha demostrado con creces una inteligencia táctica para la que no están preparados a día de hoy muchos kenianos y etíopes de nivel teóricamente superior. Ninguno de los primeros espadas, en cuanto a marcas, a nivel mundial, posee una virtud tan importante para esta prueba como ese rigor táctico, el saber «cuándo»«dónde»«en qué momento o lugar» hacer algo, y «por qué» hacerlo. Kiprotich le ha demostrado al mundo que, en eso, es posiblemente el mejor. O al menos, ha demostrado serlo en los dos acontecimientos atléticos más importantes de los dos últimos años. En carreras rápidas, no rinde, de momento, al nivel de kenianos y etíopes. Si hay que correr en 2h05, quizá no sea el hombre adecuado. Sus características no se lo han permitido, al menos, no hasta ahora. Pero tácticamente, en carreras resueltas a base de ataques de última hora sobre 2h07-2h08, es sin duda el rival a batir. Eso, y una preparación física impresionante, hacen de Stephen Kiprotich uno de los maratonianos de mayor calidad de su generación.

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