Reflexión: Y ahora... ¿qué?


Hoy, bajo las reminiscencias del Mundial de Moscú, concluído la pasada semana, cabe preguntarse varias cosas sobre el futuro del atletismo.



En muchos ámbitos, el Mundial de Moscú ha supuesto un fracaso absoluto. Si, no os asustéis. No hablamos de calidad atlética. Hablamos, por ejemplo, de organización. Si bien el nivel de las pruebas ha sido muy destacable en muchos casos, el calendario en sí no se ha prestado al seguimiento por diversos motivos. Muchos días, algunos muy poco densos, con muchos momentos de escasez de concursos y pruebas en el estadio Luzhniki (ciertos días con jornadas sólo de mañana o sólo de tarde, cuando se podía haber condensado para evitar momentos de asueto).


El estadio Luzhniki semi-vacío durante la celebración de los Mundiales


En cuanto a la asistencia, el estado permanente del imponente coliseo nos da una idea del estado del atletismo actual: gradas semi-vacías, escasez constante de público, momentos en los que incluso grandes estrellas, como Bolt, corrían con gradas desiertas... Ocurrió lo que ocurre a menudo con el atletismo de élite, es decir, que no se publicita, que no hay patrocinadores, y que nadie se arriesga. Parece ser, por lo que apuntan abundantes y fidedignas fuentes, que muchísima gente en Moscú ni siquiera se enteró de que se celebraban unos Campeonatos del Mundo. Y si las cosas no se hacen mínimamente bien, no se "genera" (gran excusa impuesta, pero que es parte del círculo vicioso: si no se apuesta y no se invierte, no se puede generar nada; y, dándole la vuelta a la teoría, si no se genera, no se invierte). El ejemplo, lo ocurrido en España con la retransmisión del evento. La empresa valenciana Cárnicas Serrano asumió casi en el último momento (gracias, de nuevo) el coste de los derechos, porque la televisión pública estatal (y todas las demás televisiones privadas) no pudieron o quisieron asumir un elevadísimo coste: 80.000€ (entiéndase la ironía en el comentario).



Y todo esto, repercute, evidentemente, en lo que podemos esperar de nuestro atletismo. Las becas se han reducido drásticamente, y sin dinero, los atletas tienen que pensar básicamente en sobrevivir, con trabajos comunes, muchas veces fuera del atletismo, que no les permiten las horas necesarias de descanso y entrenamiento que necesitan para estar entre la élite. Y como no consiguen resultados, las becas y las ayudas se reducen aún más, por si ya fuera poco. En un país asediado por el fútbol, deportes en los que realmente hay calidad y talento se ven relegados a planos irrisorios, y deportistas con capacidad para estar muchas veces en el 'top' de sus pruebas, ven como las marcas no llegan, las preparaciones van justas, los trenes se escapan, y por tanto, los recursos se minimizan, con lo que el futuro se ennegrece, perdiendo buena parte de su sustento para poder continuar preparando esas pruebas en las que los resultados se van escapando por las razones anteriores. El ejemplo más clarividente de lo que es un auténtico círculo vicioso. En muchos casos, la retirada del atletismo de élite es el último paso de carreras que se van por el sumidero por falta de recursos o tiempo.

La velocidad, con la irrupción de talentos descomunales del Caribe, y la eterna capacidad americana, es terreno muy complicado. Sin embargo, el papel español ha sido más que honroso, por no decir muy destacado. El mediofondo pasa por un período de letargo, en el que pinceladas esporádicas de atletas realmente talentosos como Kevin López se empañan con 'petardazos' escandalosos, como en Moscú. En el fondo, la supremacía africana (y de Farah en pista... de momento) no permite grandes hazañas, pero habiendo talento como hay, se debe cuidar y apostar por ello. No hay que pensar en medallas ni en dominio, pero pueden llegar, por qué no, grandes resultados. El maratón femenino, con Aguilar quinta, es buen ejemplo de ello (si bien es cierto que con grandes ausencias, al igual que en el bando masculino, donde muchos se arriman al calor de los grandes Majors, es decir, al calor y al olor de los atrayentes y suculentos premios, amén de bonus por marcas y grandes fijos por participación, prefiriendo correr maratones comerciales, como las carreras nacidas recientemente en Oriente Medio, que Mundiales o Europeos). Los concursos son un desierto, con Beitia rozando los cuarenta, y marcas muy por debajo de lo lógico y mínimo exigido, pero con un oasis llamado Eusebio Cáceres. Sin embargo, no haríamos lo correcto si depositásemos todas nuestras esperanzas en un atleta muy joven, que hasta hace muy poco participaba en combinadas, y al que, como vimos en la final de longitud de Moscú, le quedan aún grandes dosis de experiencia en competición. Es, quizá, nuestra bala más valiosa a día de hoy. Y la marcha, una prueba que, a pesar de su teórica marginación constante, por lo diferente y extraño, y por su tremenda dificultad, siempre nos da alegrías. Hay que cuidarlo. Merece la pena, porque siempre garantiza resultados.

A nivel mundial, la velocidad atraviesa un momento dulce, salvo la lacra, que supone siempre un amargo regusto, del dopaje. Una gran generación de atletas caribeños, comandados por el espectacular Usain Bolt, aterrizó hace un lustro para dejar claro que su dominio en pruebas de velocidad no es transitorio. El mediofondo y el fondo es territorio, mayormente, del altiplano africano. El valle del Rift se ha convertido en fuente inagotable de enormes talentos que imponen su ley allá por donde van. Salvo contadas excepciones (y salvo el "bicho raro" Farah, y el Oregon Project de Alberto Salazar), Kenia, Etiopía, Eritrea o Uganda, suelen aportar una gran mayoría de atletas a las finales de la mayoría de pruebas, del 800m en adelante. Era previsible hace un par de décadas, y se ha concretado en esta. Otro debate es la longevidad de atletas que muchas veces, tras destacar o dominar durante un breve período de tiempo, obteniendo brillantes resultados, desaparecen del mapa. Países como Rusia recogen las escasas migajas que caen de la mesa.

Pero lo que quizá echamos de menos es lo más sentimental, lo menos palpable. Quizá los números no engañen, las marcas sean buenas, y los títulos sean evidentes e indicativos. Pero hace tiempo que la percepción añeja de los Coe, Aouita, Morceli, El Guerrouj, Gebrselassie o Tergat no asoma por el atletismo. La extraña (por el giro radical que ha tomado su carrera a partir de 2009) irrupción del fenómeno Mo Farah ha acrecentado los rumores sempiternos sobre la validez de los registros y las victorias, aunque sin pruebas de que en Oregon se oculte algo más terrenal que sus innovadores métodos de entrenamiento. Pero a veces da la sensación de que falta carisma, de que falta enganche para la gente, para el gran público, para la gran masa.
De que faltan luchas, rivalidades o atletas capaces de trascender su deporte, como ha hecho Usain Bolt, el único, por excepcional, que ha superado esos límites en los últimos tiempos, y se ha convertido en un icono planetario, muchísimo más allá de los que somos aficionados al atletismo, factor que, pese a todo, ha supuesto una inyección tremenda, a falta de otros factores. ¿Por qué? Porque, obviando su capacidad sin igual y sus registros antológicos, ha sabido ofrecer un punto más, y convertirse en un referente, por multitud de razones. No nos llamemos a engaño. Salvo contadísimas excepciones, como en el caso del campeón jamaicano, o de la eterna Isinbáyeva, el atletismo echa en falta atletas capaces de establecer marcas estratosféricas o de prolongar sus carreras con grandísimo éxito durante varios lustros, así como de duelos épicos capaces de asentarse en el inconsciente colectivo durante larguísimos períodos de tiempo. Eso es lo que echamos un poco de menos. Tanto a nivel internacional como nacional.

Esperando a que la prensa se haga un mínimo eco de la siguiente gran competición atlética, nosotros seguiremos disfrutando con aquellas pruebas, mitines, competiciones juveniles o récords conseguidos lejos de los focos. A partir de ahora, y hasta esa siguiente gran competición, para casi todo el mundo el telón del atletismo se cierra, y sólo asomará algo entre bambalinas cuando un caso de dopaje haga temblar los cimientos de nuestro deporte. Hasta ese momento, los atletas tendrán que seguir peleando cada centímetro y cada décima de segundo, en pos de no perder sus becas, de conseguir más ayudas, o de entrenar aún más duro para seguir siendo grandes olvidados que no pueden hacer sombra ni al más pintado. Al menos, hasta que llegue el siguiente Europeo, o el siguiente Mundial, o los siguientes Juegos Olímpicos, donde muchos se dedicarán a ensalzar lo 'no ensalzable' antes de tiempo, a echar por tierra lo que no es tan descartable, o a subirse a un carro efímero, que abandonará en cuanto termine el evento en cuestión. Así, tendremos que seguir disfrutando del atletismo. Para nosotros, aún con esas, será un auténtico placer hacerlo.


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