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Recordamos… ni a empujones (Vanderlei de Lima)

Vanderlei Cordeiro de Lima. Fondista brasileño, ya retirado, que nació el 11 de agosto de 1969 en la localidad paranaense de Cruzeiro do Oeste.

Tras una infancia dedicada al fútbol, alguien vio su talento innato para sortear rivales a gran velocidad, y Vanderlei dedicó sus esfuerzos al atletismo. Su primer gran éxito a nivel internacional lo consiguió en los Juegos Panamericanos celebrados en Winnipeg en 1999, Canadá, consiguiendo el oro en el maratón. Al año siguiente, en los Juegos Olímpicos de Sídney, cosecharía un decepcionante septuagésimo quinto puesto. Pero en 2003, en pleno período de preparación para su asalto a los Juegos de Atenas, repetiría victoria en los Panamericanos, esta vez en Santo Domingo, capital de la República Dominicana.

Atenas 2004. Domingo, veintinueve de agosto. El maratón transcurre bajo un halo de calor atroz, bañado en una humedad inhumana, un ambiente irrespirable, infame para disputar un maratón de este nivel. Kilómetro treinta y seis. Ocurre esto:

Vanderlei de Lima, que lideraba la prueba con unos treinta segundos de ventaja sobre el grupo perseguidor, es literalmente sacado de la carretera a empujones. El motivo, llamar la atención al mundo sobre la Biblia, y sobre la segunda venida de Jesucristo.

El causante, Cornélius Horan, un ex sacerdote irlandés de cincuenta y siete años. Ya en 2003, había sido centro de atención mundial durante unos segundos, al plantarse en mitad de la pista de Silverstone durante la celebración del Gran Premio de Fórmula 1, sosteniendo una pancarta con reivindicaciones religiosas, mientras los monoplazas circulaban a su lado a trescientos kilómetros por hora.

Tras el ataque, Polyvios Kossivas, un griego que asistía como público a la prueba, atónito ante lo que ocurría, consiguió sujetar a Horan, de manera que Vanderlei pudiese continuar la marcha. Sin embargo, esa ventaja que administraba el brasileño fue recuperada en apenas dos kilómetros. De Lima dijo después que, a partir de ese punto del maratón, tuvo muchísimos problemas de concentración, que no le permitieron aislarse de los dolores en las piernas que a esas alturas ya sufría. Llegó incluso a pensar en la retirada, pese a que sólo faltaban cuatro kilómetros para meta cuando el grupo perseguidor lo daba caza.

El italiano Stefano Baldini y el norteamericano Meb Keflezighi llegaban primero y segundo al estadio Panathinaiko. De Lima, tras el incidente, conseguía la gesta: terminaba en tercer lugar. Aquí vemos su llegada:

Sonriente, pletórico, destilando su querencia al público, abriendo sus brazos al aire como si fueran las alas de un avión. Devolviendo todo el cariño recibido. Feliz, pese a no haber conseguido la victoria. Así llegaba a meta un hombre que luchó contra la adversidad hasta la extenuación, hasta el punto de tener que zafarse de un loco que lo echó a empujones de la carretera, al margen de tener que derrotar las penurias del maratón.

Después, ya en frío y habiendo asumido aquella sobrecogedora experiencia, Vanderlei dijo: «Da igual lo que haya ocurrido. Estoy feliz por haber conseguido mi meta, que era una medalla olímpica. Mi bronce es de oro». El brasileño reconoció que, en aquel momento, llegó a temer por su vida, pensando que su asaltante podría tener, quizá, un cuchillo. A partir de ahí, perdió completamente el ritmo, siendo incapaz de mantener la concentración. Posiblemente, dada la situación de la carrera, incluso sin el ataque de Horan, De Lima no hubiera podido tampoco conseguir la victoria, pues su ventaja estaba siendo recortada súbitamente por un Baldini que realizó una parte final de carrera sensacional. Es complicado adivinar, de cualquier manera, qué hubiese podido ocurrir.

El asaltante irlandés, por su parte, fue ridículamente sancionado (3.000 dólares de multa, y una suspensión de tres meses para acceder a cualquier evento deportivo). Horan se disculpó públicamente, pero no dejó de afirmar que él contribuyó a eternizar la fama de Vanderlei de Lima. Desde Brasil, las autoridades deportivas instaron al Comité Olímpico Internacional a que se le entregara una segunda medalla de oro a de Lima. La petición fue desestimada, pero a Vanderlei se le entregó la más alta condecoración que se le puede entregar a un deportista olímpico: la Medalla Pierre de Coubertin al Verdadero Espíritu Deportivo. Él siempre reconoció su completa satisfacción, y aseguró no guardarle a Horan ningún rencor, ya que había conseguido su meta, el objetivo por el que tanto había luchado y para el que se había preparado. Una de esas historias de atletismo puro. Vanderlei de Lima: un verdadero héroe, al que ni los empujones de un demente pudieron apartar de su sueño.

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