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Recordamos… Steve Prefontaine: la tragedia del indomable

25 de enero de 1951. Nace en Coos Bay, Oregón, Steve Roland Prefontaine. En 1970, con 19 años, se matricula en la Universidad de Oregón, entrenando a las órdenes de Bill Bowerman (posteriormente co-fundador de Nike, junto a Phil Knight, adoptando en 1971 la nomenclatura que hoy conocemos). Bowerman, prendado por el potencial del joven tras verlo en la Marshfield High School, se mostró tajante: «si confías en mi, te convertirás en el mejor fondista del planeta». En aquella etapa universitaria (de 1970 a 1973), ningún otro corredor estadounidense pudo derrotarlo.

Bajo el apodo de ‘Pre’ (convertido más en mito que en grito de guerra del público), Prefontaine iba cosechando éxitos paulatinamente con un objetivo perenne marcado en rojo en el calendario: los Juegos Olímpicos de Múnich de 1972. En este sentido, resulta esencialmente destacable el hecho de que Prefontaine se convertía en su momento en uno de los grandes pioneros en la defensa del trabajo del atleta profesional, encabezando un sonoro movimiento contra la Amateur Athletic Union (AAU), a la que acusaba de obviar toda ayuda y de buscar únicamente un aprovechamiento egoísta de su esfuerzo y resultados. «Nos exigen medallas, pero nuestro país no nos da nada a cambio», llegó a decir, no sin amargura. Por aquel entonces, estaba terminantemente prohibido que los atletas profesionales compitieran en los Juegos Olímpicos. Es decir, para poder participar en el acontecimiento deportivo por excelencia, se les exigía que no cobraran ni por asistir, ni por competir o vencer en otras competiciones. En otras palabras, la exigencia era tan sencilla como que conservaran su estatus de amateurismo al cien por cien. Por ello, Prefontaine optó por la opción áspera, aunque bien es cierto que coherente a su carácter y modus operandi: renunciar a grandes cantidades de dinero para alcanzar su sueño de ser campeón olímpico. La lucha obtendría premio con carácter póstumo, ya que la Federación Internacional de Atletismo comprendió que, para formar y mantener atletas de élite, se exigía una importante inversión económica. Prefontaine fue, por tanto —no sin trabajo y esfuerzo— uno de los culpables de que el atletismo se convirtiera en un deporte profesional.

Por otra parte, sus atributos como corredor se reflejaban en fiel esencia en la que es, posiblemente, su frase más célebre: «Rendirse no es una opción». Con esa aparente sencillez, enfocaba Prefontaine las cosas. Aquella fue la filosofía que guió su efímera e intensa vida.

A nivel atlético, se trataba de un atleta correoso, de bajo centro de gravedad y técnica no excesivamente pulida, pero poseedor de una fiereza y un coraje extremos. La nula racionalidad en carrera, su gran debe. En contraprestación, fue metódico en sus entrenamientos, rayando niveles de irracional exigencia, presto de una descomunal motivación y determinación, y conocedor de que no hay más germen de base para alcanzar el éxito que el trabajo duro. Le encantaba no conocer sus límites, pero siempre que podía, intentaba traspasarlos. Por estas razones, se ganó a pulso la admiración y el reconocimiento del público, a través de su carisma, coraje y agresividad en la pista (carisma, todo debe decirse, que se acrecentó exponencialmente tras su trágica pérdida). Quería ganar, pero no a cualquier precio. Quería ganar demostrando a todo el mundo que era el mejor. Para hacerse una idea del nivel de fama que adquirió en Estados Unidos, con 19 años (recién llegado a la Universidad de Oregón) se convirtió en portada de la prestigiosa revista ‘Sports Illustrated’.

No concebía la competición sin que fuera él quien dominara las carreras. Imponía el ritmo al que quería correr, siempre en cabeza, y así se la jugaba. La paradoja de ese inexistente pero fiel planteamiento, le costó la que fue la más amarga derrota de su exigua carrera: la final de los 5.000m de los Juegos Olímpicos de Múnich.

Aquel 10 de septiembre de 1972, Prefontaine lideró, como tenía por costumbre, la mayor parte de la prueba. Pero aquella forma casi sobrehumana de correr, basada, según él, en que «todo es cuestión de agallas», le costó la victoria… y las medallas. Finalizaría en cuarto lugar, por detrás del finlandés Lasse Virén, del tunecino Mohammed Gammoudi, y del británico Ian Stewart, que lo sobrepasaría a escasos diez metros de la línea de meta. Ni qué decir que aquello supuso una tremenda decepción para Prefontaine, aun sabiendo que no era el favorito, y que era el más joven participante en aquella final (nadie hasta aquel momento había conseguido ganar un 5.000m olímpico con menos de 25 años). En la última vuelta fue incapaz de aguantar el cambio de aquel esbelto, níveo finlandés, y en los últimos doscientos metros, se hundía de manera telegráfica, siendo sobrepasado también holgadamente por el africano, y en el último suspiro por el británico, en los estertores de la recta final. Aún así, Bowerman, su entrenador, diría que aquella había sido su mejor carrera, «una carrera extraordinaria».

Como no suele ser oro todo lo que reluce, Prefontaine siempre fue criticado por diferentes sectores por sus, digamos, «extravagantes» formas. Apasionado de los coches, era un habitual de las fiestas en comunidad. Otro de sus apelativoa, «James Dean of Track». Su rebeldía, inconformidad y carisma se ocuparon del resto. Varias ex-parejas del norteamericano revelaron su pasión extrema por la competición, circunstancia que le producía un súbito aumento del deseo sexual. Se cuenta que, durante la época universitaria, Prefontaine fue un joven de gran éxito entre el género femenino.

Anecdotario aparte, para Prefontaine, la derrota en Múnich resultaba un doloroso punto de inflexión en su breve pero exitosa carrera. Se recluyó durante varios meses entrenando en Horsfall Beach, su rincón favorito, escudriñando la manera de que aquel fracaso no volviera siquiera a asomar, y sentando las bases para lo que tenía planeado que iba a ser el nuevo Steve Prefontaine. El norteamericano cambió de forma radical su manera de enfocar las competiciones. Se convirtió en un estudioso de sus rivales, un atleta infinitamente más cercano a la estrategia, un profesional muchísimo más cerebral. Precisamente, todo de lo que había adolecido para lograr ese tan ansiado éxito olímpico que fue incapaz de alcanzar. Todo ello, con la mente puesta en su reto más ambicioso: los Juegos Olímpicos de Montreal, en 1976.

Desgraciadamente, el destino, cuna del capricho irreverente, no iba a permitirle que lo pusiera en práctica. El 29 de mayo de 1975, Prefontaine ganaba en Eugene la que sería su última carrera. Esa misma noche, ya día treinta, tras una fiesta, dejó a su buen amigo, el campeón olímpico de maratón en Múnich, Frank Shorter, en su casa. Prefontaine perdía el control de su MGB naranja, estampándolo contra un muro, a la altura de Skyline Boulevard, volcando y quedando el fondista norteamericano atrapado bajo el vehículo. Un vecino se acercó, en el estruendo de la noche, a comprobar qué había ocurrido, y viendo que no conseguiría extraer por sus propios medios el cuerpo del atleta de aquel amasijo de hierros fue rápidamente a por ayuda. Cuando volvió, a los pocos minutos, Prefontaine ya había fallecido. Su tórax había sido aplastado por el peso del automóvil.

Casi cuarenta años después, continúan planeando numerosas incógnitas sobre el accidente que provocó su muerte. Nunca se concretó si había bebido alcohol o no (siempre se comentó que la autopsia había revelado que duplicó la tasa de alcoholemia permitida, aunque se sepa que aquella no fuera, ni con mucho, la mayor fiesta de un tipo que había sido protagonista de muchos excesos). Y tampoco se ha sabido a ciencia cierta si hubo o no otro u otros vehículos implicados.

Volviendo al terreno deportivo, entre sus numerosos logros, fue campeón nacional absoluto de 5.000m en 1971 y 1973, y consiguió siete títulos de campeón universitario: cuatro veces de 5.000m (1970, 1971, 1972 y 1973), y tres veces de campo a través (1970, 1971 y 1973).

Además, ganó la medalla de oro en el 5.000m de los Juegos Panamericanos de Cali (Colombia) en 1971.

Fue el protagonista de una hazaña aún recordada: batir todos los récords de Estados Unidos en las distancias que van desde el 2.000m al 10.000m, ostentando todas las plusmarcas al mismo tiempo, hecho histórico que nunca nadie consiguió antes… y que nadie ha vuelto a conseguir después. Esta circunstancia, unida a su precocidad, a sus formas, carisma y coraje en competición, y a lo nutrido de su palmarés en relación a su fugacidad, aumentando todo ello exponencialmente por las circunstancias de su fallecimiento, lo han elevado a la categoría de mito del atletismo estadounidense, estableciéndose, aún hoy en día, como una figura venerada en el alma del tartán del país de las barras y estrellas.

Su vehemencia, extremismo y valentía han servido de inspiración para toda una generación posterior. Prefontaine se convirtió en santo y seña de un proceder característico, y de una idiosincrasia ciertamente particular. Tal es su fama y la admiración que despertó, que desde 1975 se celebra en Eugene, con periodicidad anual, la denominada Prefontaine Classic, reunión integrada hoy, como fecha de referencia, en la vorágine atlética de la IAAF Diamond League.

Como último apunte, un dato, clarificador de su extrema calidad, pese a los detractores de la avalancha alegórica que se ha suscitado, con el discurrir de los tiempos: en su corta vida, Prefontaine disputó 153 carreras. Ganó 120.

SUS MARCAS

1.500m3:38,128/06/1973 · Helsinki (FIN)
Milla3:54,620/06/1973 · Eugene, OR (USA)
Milla (i)3:58,610/01/1975 · College Park, MD (USA)
2.000m5:01,409/05/1975 · Coos Bay, OR (USA)
3.000m7:42,602/07/1974 · Milán (ITA)
2 Millas8:18.2918/07/1974 · Estocolmo (SWE)
2 Millas (i)8:20,417/02/1974 · San Diego, CA (USA)
5.000m13:21.8726/06/1974 · Helsinki (FIN)
10.000m27:43,627/04/1974 · Eugene, OR (USA)

SUS CITAS MÁS CÉLEBRES:

  • «Mucha gente corre para ver quién es el más rápido. Yo corro para ver quién tiene más cojones».
  • «Rendirse no es una opción».
  • «Dar algo menos que lo mejor de ti es sacrificar el don que llevas dentro».
  • «Voy a trabajar para que el final sea una carrera de puro coraje, y si es así, yo soy el único que puede ganar».
  • «Alguien puede llegar a vencerme… pero tendrá que sangrar para conseguirlo».
  • «Salgo a correr, me pongo en cabeza desde la primera vuelta y gano» (sobre su valiente y, en ocasiones, suicida, forma de competir).
  • «Yo no salgo a la pista sólo a correr. Me gusta darle a los espectadores algo por lo que emocionarse».
  • «Nadie va a ganar una carrera de 5.000m después de correr dos millas fáciles. Al menos, no conmigo».

Un magnífico atleta, y un personaje, cuanto menos, peculiar, tanto dentro como fuera de las pistas, al que su prematura y accidental muerte lo elevó al nivel de mito del atletismo norteamericano. Complicado intuir lo que pudo haber conseguido. Quizá, estuviese destinado a ser uno de los mejores. Quizá, no.

Para el recuerdo, siempre permanecerá la más amarga de sus escasísimas derrotas, y posiblemente, una de las mejores carreras de la historia olímpica. «Una carrera extraordinaria», en palabras de Bowerman: los ya legendarios 5.000m de los Juegos Olímpicos de Múnich, en 1972. Prefontaine en estado puro. La leyenda del indomable.

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