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Luces de Beitia, ecos de Portland

Sentencian los dichos que cualquier tiempo pasado fue mejor. La teoría acrecienta la leyenda de un concepto que se tiene por justo y evidente, pero que en determinadas ocasiones, no lleva sino al equívoco más obvio. Contraria a esa jerarquía, se enarbola la figura, etérea y legendaria, y a la vez tan inmediata y tangible, próxima y profesional hasta la extenuación, de una cántabra, nacida allá por los albores de un ya lejano abril de 1979.

La eterna Ruth Beitia continúa consagrando su mágica estela al destino de un atletismo español que no termina de atisbar un reguero claro de regularidad.

Estrenando la participación en Portland del combinado dirigido por Ramón Cid, el alicantino Jorge Ureña vio truncada su meteórica progresión con un necesario abandono en el heptatlón, tras una competición llena de lagunas durante todo el primer día, en plena travesía de un proceso febril. En la segunda jornada de la combinada, decidía el de Onil poner fin a su participación cuando comenzaba la pértiga. Ya en aquel instante, cerraba el concurso, muy lejos de sus mejores prestaciones, y en ningún momento palpando una recuperación. La carencia física, o fisiológica, en este caso, también participa del error. Y lo pagó con Ureña de la peor manera posible, en una prueba dominada de manera férrea e inalterable por un mito viviente y activo del atletismo, al que resulta peliagudo no colmar de elogios tras cada competición. No puede ser más que el norteamericano Ashton Eaton. Imagen, por cierto, junto a su esposa Brianne Theisen, del triunfo marital en su plenitud. Preciosa estampa de cabecera del Campeonato su conmovedor abrazo tras el triunfo de la canadiense.

No corrieron mejor suerte los dos colosos del peso nacional. Borja Vivas, gigante de la disciplina en nuestras fronteras en el último lustro, tras el retiro del mito Manolo Martínez, continúa este invierno sin las mejores sensaciones requeridas para arrancar todo su potencial. Su 19.85m lo colocaba en Portland undécimo del mundo. Precisamente, un centímetro menos que el castreño Carlos Tobalina, flamante Campeón de España en Gallur, con mínima olímpica, 20.50m. En esta ocasión, aquejado de problemas físicos, décimo con 19.86m. Ambos pueden y deben demostrar, cada uno con su distinta elección técnica, un salto de calidad a nivel internacional. El mismo que llevó al malagueño Vivas a la plata europea. Ese salto de calidad, esa pequeña diferencia que dilucida los matices más imperceptibles de una competición de este calibre. Qué decir de lanzamientos lejanos de las consecuentes marcas personales de ambos que no representan sino lastre y realidad de artificio en una prueba de locura, vencida con brillantez por el neozelandés Tom Walsh, que contó con 19 lanzadores en la final. Inaudito.

Notoria la actuación del resuelto cubano Yidiel Contreras, activo en unas siempre complicadas semifinales del 60mv, tras acceder desde el segundo puesto de su serie previa. Su quinto lugar en la semi (7.71), a dos centésimas del pase, no le servía para colarse en una final de excepcional nivel, pero sí verificaba el talento de un vallista de 23 años que crece con mesura, pausa, y también ruido. A la sombra nacional de Orlando Ortega, su crecimiento hasta Río pasará por el aprendizaje y la adquisición de una pericia en alta competición de la que carece aún con rotundidad, grosso modo. Más que discreto el desempeño de Víctor García en los 3.000m. Último de su serie, ahogado por los problemas físicos en las últimas semanas, dio la cara y permaneció en el grupo, intentando competir, hasta que el cuerpo suplicó clemencia. Como paso intermedio para Ámsterdam, y camino Río, puede considerarse una actuación floja en el extremo, para olvidar. En su prueba, los siempre complicados y competidos obstáculos, donde el desempeño nacional resulta parejo de solemnidad en los últimos tiempos (ahora mismo, seis atletas con mínima para Río), la nave debe variar el rumbo. No en vano, se trata de un bronce europeo.

El triple salto, con doble representación, deparó sensaciones contradictorias: por un lado, el imponente, eventual destino de los dos competidores, Pablo Torrijos y Ana Peleteiro. La plasticidad y la exorbitante capacidad técnica de ambos, de la mano de su fresca y rompedora imagen de juventud, tiñen de esperanza el medio y largo plazo. Torrijos, ya subcampeón continental en pista cubierta el pasado año, no termina de concretar ese salto que lo sitúe permanentemente en los 17 metros, medida que en 2015 sobrepasara en dos ocasiones, sendos récords nacionales absolutos. Séptimo del mundo, 16.67m, a un centímetro de su propia mejor marca de 2016, en un concurso regular, que le permitió incluso colarse en la mejora de ese novicio y extraño sistema en los concursos (tres intentos para todos, los ocho mejores dos intentos más, y los cuatro mejores tras los cinco intentos, un último intento extra). La joven gallega Peleteiro, encadilando de facto con cada salto desde aquel maravilloso oro mundial junior de Barcelona ’12, no había logrado la continuidad que se requiere durante las últimas temporadas. Ya por encima de los 14 metros el pasado junio en Cheboksary, su concurso fue de más a menos. En una final de nivel tenue, casi moribundo, Peleteiro no mostró carices de asomar por las posiciones de cabeza en ningún momento. No es problema, pues, dados sus 20 años de diciembre. Debe comprender la competición, y los resultados llegarán por si solos si el trabajo está bien hecho. Y, por supuesto, no debe tener prisa.

Cuarta medalla en Mundiales Indoor para la cántabra Beitia, su duodécimo metal internacional en competiciones absolutas

Joven talento en ciernes tras joven talento en ciernes, los dos casos del 800m pasan por similar tesitura a la anterior. Álvaro De Arriba y Daniel Andújar afrontaron la siempre criminal criba de las cuatro vueltas al anillo con la entereza y madurez del experto, a pesar de su tierna edad (ambos, de 1994; Álvaro del 2 de junio, Daniel, del 14). Andújar, en la segunda serie, haciendo valer su envergadura para tomar cabeza, daba la cara solemnemente. Último final, pero siempre celebrada actitud en estos casos. En el primer ‘heat’, ya era eliminado De Arriba en un final majestuoso, como nos tiene acostumbrados, pero sin premio final. Sin duda, el sistema del 800m se torna en un absoluto infierno en aras del pase a la final (único clasificado directo, el ganador de cada una de las tres series, y repescados los tres mejores tiempos). En cualquiera de los dos casos, la juventud prima por encima del resultado, y es que, salvo talento descollante de primera plana mundial, no a lugar para la sorpresa en este tipo de competición. Deben continuar progresando.

Distinto resulta el 1.500m, prueba en la que, históricamente, España siempre había colocado representación en la final mundialista indoor en sus dieciséis ediciones, salvo en Toronto ’93 y Sopot ’14. No es casualidad que en los dos últimos Mundiales esa representación no haya existido. Marc Alcalá aún está lejos de la proa. 3:38.42 al aire libre y 3:39.33 en pista cubierta no son credenciales suficientes. Sin embargo, resulta ejemplarizante observar cómo jóvenes que apenas han competido a este nivel asoman, pelean y dan la cara, intentando aferrarse a lo que resulta casi imposible desde la barrera. En la segunda serie, la más rápida, Alcalá no desentonaba frente a colosos como Souleiman (cuyo reventón en la final será inevitablemente recordado), Willis, Andrews o Wote. No revelaba, por el contrario, la mejor sensación, el primer ‘heat’, unos minutos antes. El sevillano Manuel Olmedo, problemas de sóleos mediante, se apeaba del tren en la primera estación, tras haber sobresalido, imperial, portaestandarte de la clase, en Gallur hace dos semanas. La lástima de los últimos tiempos, que ni de lejos han servido para refrendar en madurez lo que Olmedo apuntó en los últimos años de la pasada década y primeros de esta. A la espera de una continuidad física que parece que no llega, es difícil esperar un vuelco de prestaciones, a punto de cumplir los 33 años.

En su primer Mundial Indoor, y siendo la primera ocasión en la que representaba a España internacionalmente en una prueba que no fuese colectiva, el toledano Lucas Búa gana enteros a pasos agigantados para convertirse en el ‘cuatrocentista’ no de moda, sino a batir en los próximos tiempos a nivel nacional. Descarado, inteligente y rebosante de talento, la reactividad de su segunda vuelta al anillo bajo techo resulta directamente proporcional al saber estar que demuestra en una competición que, por edad y tablas, le debe venir grande. No fue así en Portland. A apenas tres centésimas del tercer lugar de su serie, que lo hubiese situado en semifinales (46.86, su tercera mejor marca indoor), y llevándose una esperanzadora duodécima plaza mundial. Un golpe de gracia tremendo para el atletismo español, en el envoltorio de un joven rebosante de energía y serenidad.

Y si la velocidad siempre fue debe en el activo nacional, dos representantes en el 60m se encargaron de teñir de rojo la verde pista de Oregón. El mito Ángel David Rodríguez, competidor incansable e imperturbable, rebanado por las lesiones en los últimos tiempos, detenía el crono en 6.74 en su serie. Cariacontecido, ha llegado a reconocer en las últimas semanas que el problema no es tan físico como psíquico, pero su nivel de exigencia y competitividad es tal, que resulta harto complicado sacarle un ‘pero’ a un atleta que siempre cumple en una prueba vetada para casi cualquier humano de raza blanca. Casi en la antítesis, por situación vital, Bruno Hortelano ha adquirido un empaque en competición que comienza a convertirle en la referencia nacional en toda prueba inferior a los 400m. Junto a Contreras, el único en avanzar ronda en Portland. Segundo en su serie, con 6.63 (marca personal y líder español del año), y quinto en semis con idéntico registro, al rebufo de los Collins, Rodgers, Xie y Hyman. Sensacional prestación de un atleta que crece exponencialmente con el fogueo imparable (e inestimable) que recibe en Estados Unidos.

Hasta aquí, la participación española, cuando en horario peninsular arribaban las 21:00h del domingo 20 de marzo. A la pista, la saltadora de las once medallas internacionales, la eterna perpetuadora de sonrisas en el atletismo español. Cuando se habla de que se agotan los calificativos con Ruth Beitia, la expresión no puede reflejar mejor una realidad aplastante. No existe posibilidad de generar un concepto que aglutine, de un golpe, el monumental resultado que la cántabra genera, una y otra vez, en la alta competición. En un concurso en el que la lituana Palšytė y la polaca Lićwinko fallaban en alturas menores, Beitia sobrevolaba, soberana y sin voces, el 1.84m, el 1.89m y el 1.93m. Sobre 1.96m emergía la imperial figura de la nueva reina en ciernes de la altura mundial. La estadounidense Vashti Cunningham, recién proclamada campeona nacional la pasada semana, y que llegaba a Portland con el mejor salto del año (1.99m) no fallaba a la primera. Sí lo hacía Beitia. A la postre, nulo clave. Y por nulos, precisamente resultaba culminada la plata de la santanderina. Con las cuatro estancadas sobre 1.99m, se impuso el impoluto concurso de la bisoña Cunningham, en un concurso que expuso dos datos esenciales a tener en cuenta: nunca había ocurrido que las cuatro primeras clasificadas lo estuvieran en el mismo centímetro, y nunca una vencedora lo había certificado con una altura tan baja. Cunningham rubrica, así pues, un primer parcial de temporada de ensueño, en su paso hacia el profesionalismo, anunciado cuando se escriben estas líneas. Nacida el 18 de enero de 1998. Nacida cuando Beitia, camino hoy de los 37 veranos, ya era doble campeona nacional Junior.

Horas después, llega el resumen sereno, la reflexión calma, y el esfuerzo por lograr un entendimiento global de una situación con digestión compleja. Los ecos de Portland. El resumen general podría situarse entre el compendio que aúna el optimismo (prudente) de la juventud con el descalabro de la ligereza y la negación fácil. La realidad firme, con la retórica insoportable. El hecho de que hay, pero el hecho de que falta. Y falta mucho más de lo que hay.

Si existen pruebas que permiten encarar el futuro próximo (y no tan próximo) con relativa entereza, hay otras que representan la más absoluta oscuridad al nivel de un Campeonato Mundial. Terreno yermo. Dos finalistas y una medalla. Y no ya por la lejanía de registros o metales (que, como es obvio, también) sino por la ausencia total de carácter competitivo, habiendo representación, aspecto que, por descontado, no se compra ni se vende. Por la falta de esa dentellada final que permite un salto cualitativo que, en determinadas pruebas del atletismo español, da la sensación de que nunca llega, para que, mientras, se diluya el talento. Si no hay más, no lo hay. Pero si en determinados casos lo hay, y no se compite como se debiera, la resolución es otra. Porque, con convencimiento, es cuestión de saber competir o no saber hacerlo. La solución, por tanto, también es distinta. Y eso, sin pisar ya el escabroso terreno del debate puro referido a las ausencias por cese, motu proprio, cuestión aparte. E igualmente (o más) repleto de controversia.

El refrán dice, tal y como comenzaba el artículo, que cualquier tiempo pasado fue mejor. Sin embargo, y con ello se consigue erizar el vello de cualquier amante de este rutilante circo atlético nacional que se precie, se piensa en el presente y no estalla precisamente la oda al optimismo. El problema, que esa hipotética ilusión de la cual pudiese brotar la esperanza en la que se cimenta el estado actual del atletismo español (sin olvidar al sensacional murciano Miguel Ángel López), se personifica, cumple el 1 de abril treinta y siete años, y se llama Ruth Beitia. Poso de incalculable valor, animal competitivo de fabulosa entidad, es complicado hacerse a la idea de lo que supone la trayectoria de una atleta que marca un antes y un después en el devenir del atletismo español, que destila unas luces de las que parece que únicamente seremos conscientes el día que pronuncie el adiós definitivo (ver historial internacional de Ruth Beitia). Situación, por otra parte, que no parece alejada en el tiempo, pese a la revelación constante de su desmesurado apetito y su soberana motivación. Cuando llegue el momento, con la calma que regala la perspectiva, quizá resulte menos complejo situar los logros de una saltadora cuyo desempeño desafía cada límite desde hace ya muchos años. La madurez, la inteligencia, el talento, el saber estar, la calma, el trabajo, la sencillez, el silencio, la constancia, el tesón. Pocos adjetivos navegan en solitario por el mar del elogio y la admiración hacia esta santanderina de sonrisa perenne y carácter afable. De la mano de su valedor, de ‘su cincuenta por ciento’, del sabio Ramón Torralbo, Ruth ha adquirido un estatus competitivo que se sitúa en las antípodas de casi todo el resto del grueso nacional. Y la mirada en ese espejo es la que, precisamente, debe ser aprovechada, y arroja la sensación de que está lejos de producirse. Sí en algunos casos, especialmente entre la más profusa juventud. No en otros. En muchos otros, que es quizá lo preocupante.

Con sus casi treinta siete años, Beitia logró en Portland su duodécima medalla internacional (en categoría senior), cuarta en Mundiales Indoor, que la consagran, sin ningún género de dudas, como la mejor atleta española de la historia. El vacío existencial en la retaguardia es descomunal.

«Después de las luces de Beitia… ¿qué?», preguntaron los lugareños. Y en esas estamos.

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