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Pasarán Más de Mil Años… Récord del Mundo de 800m en Pista Cubierta (M)

1997 fue un año repleto de emociones atléticas. Aparte de los Campeonatos Mundiales al aire libre, que se celebrarían en los primeros diez días de agosto en el sofocante verano de Atenas, la temporada de pista cubierta también celebraba sus Mundiales. Entre el 7 y el 9 de marzo, el Palais Omnisports de Paris-Bercy, hexagonal maravilla arquitectónica situada en la orilla norte del Sena, acogía una competición plagada de estrellas en una construcción que podía albergar a unas 9.000 personas durante eventos de atletismo, pero que podía aumentar su capacidad hasta la monstruosa cifra de 17.000 espectadores.
Aquel año, la temporada de verano iba a contemplar la caída de hasta 13 plusmarcas mundiales. Pero los eventos indoor iban a tener una especial cota de protagonismo, sobretodo en la figura de un atleta legendario.

El mediofondo masculino pasaba por un extraordinario momento de esplendor, configurado en dos nombres que evocan categoría de mito en nuestro santoral particular. Por un lado, el marroquí Hicham El Guerrouj, cuya gloria le fue arrebatada tempranamente en su primera tentativa para lograr la medalla de oro olímpica un año antes, con su estrepitosa y polémica caída en Atlanta, y que llegaba a aquellos mundiales de París con la mente enfocada en convertirse, por vez primera, en campeón mundial al aire libre a finales de verano. En definitiva, un paso previo al reinado que le esperaba tras aquella magnífica temporada.

Por otro, un kenyano de 24 años, que se encontraba en el culmen de su carrera. Nacionalizado danés en 1996, Wilson Kosgei Kipketer no había sido autorizado por el Comité Olímpico Internacional a participar en los JJOO de Atlanta, dado que las exigentes normas del máximo organismo olímpico requieren que cualquier atleta lleve nacionalizado un mínimo de tres años para tomar parte en la cita más importante del mundo del deporte (salvo que el país de origen preste su conformidad, que no fue el caso). Se le escapaba, por tanto, una buena oportunidad para su definitiva consagración, tras un año 96 en el que nadie había conseguido derrotarle, y en el que había avisado seriamente de sus intenciones: en Rieti, el 1 de septiembre, el récord mundial de Coe (1:41.73) se tambaleaba sobre sus cimientos, cuando en una hermosísima cabalgada, Kipketer lograba asomarse a tan sólo diez centésimas (1:41.83) de la estratosférica marca del británico, que soportaba ya quince años, viendo pasar el tiempo. El verano siguiente vería caer ese registro al aire libre. Pero esa es otra historia.

Centrándonos en lo que nos ocupa, París iba a depararnos una de las más brillantes competiciones indoor que hayamos podido contemplar. El 7 de marzo, en la quinta y última serie de las clasificatorias, Kipketer dejaba con la boca abierta al Paris-Bercy en la que era, curiosamente, su primera carrera en pista cubierta de la temporada. Venciendo la serie con una autoridad portentosa, el reloj se detenía en unos apabullantes 1:43.96. Más apabullante aún pensando que la anterior marca, en posesión del kenyano Paul Ereng desde los Mundiales Indoor de Budapest, se detenía aquel 4 de marzo de 1989 en 1:44.84. Casi un segundo de diferencia. «En ningún momento pensé en el récord», llegó a decir. «Buscaba una carrera lo más cómoda posible».

Las tres semifinales, al día siguiente, transcurrían sin excesiva sorpresa. En el caso de Kipketer, tras hacer saltar la banca con su estratosférico registro (aderezado aún más porque el segundo clasificado de su serie entró a casi cinco segundos), las cosas se tornaban en una calma casi tensa. Victoria fácil y tiempo discreto (1:48.49) para pasar a la final con suficiencia. Parecía como si algo flotara en el ambiente, como si algo fuera a pasar.

Ese domingo 9 de marzo de 1997, seis hombres se situaban en la línea de salida de los 800 metros con el objetivo de proclamarse campeones del mundo. El estadounidense Rich Kenna, el alemán Nico Motchebon, el neerlandés Marko Koers, el letón Einars Tupuritis y el marroquí Mahjoub Haïda ocupaban, por este orden, las cinco primeras calles. La calle seis, reservada para un hombre que aquella tarde parisina haría historia.

Al disparo, salida rapidísima, y en apenas diez segundos de prueba, Kipketer está claramente situado en cabeza. Buena opción en el caso de una prueba tan comprometida a nivel de contacto físico como los 800m. El grupo tremendamente estirado y sensación de ritmo vertiginoso. El primer 200m, en 24.22, y la zancada refinada del danés comandando de forma ciertamente desahogada. Segundo paso sin aparente dificultad, 26 segundos justos (50.22 el 400m), con el esbelto Koers a la zaga de Kipketer, y el atrevido Tupuritis resoplando en tercer lugar. A partir del 500m, tras la curva, Kipketer simplemente se eleva, despega, dirigiéndose a donde los demás no pueden llegar. La diferencia se abre exponencialmente en cuestión de un parpadeo, convirtiéndose en una brecha de diez metros en apenas la contrarrecta. Wilson ya corre en ese momento contra sí mismo. Nadie le molestia ni le importuna. Es un asunto entre él y el crono. Una lucha contra el tiempo y contra la eternidad.

Claramente, y a falta todavía de 250 metros, hay dos carreras: la del plusmarquista mundial y la de los demás. El grupo, por detrás, se compacta, pero Kipketer vuela sin aparente esfuerzo. Nueva vuelta en 26.27. Por detrás, el marroquí Haïda brega incansablemente para ponerse al mando del grupo mientras Kipketer continúa en otra galaxia.

Última vuelta a la cuerda del Paris-Bercy. Zancada imperial. La brecha con el grupo y la estupefacción del público apenas han permitido asimilar que el kenyata residente en Dinamarca desde 1990 lleva camino de derribar otra barrera. Último cabeceo, pecho adelante, sobre la línea. Récord mundial, 1:42.67. Mezcla de locura e incredulidad en las nueve mil almas del pabellón. En un lapso de 72 horas, Wilson Kipketer había batido por dos veces la plusmarca mundial bajo techo. A más de tres segundos, Haïda era subcampeón mundial, ganador de esa carrera paralela que se disputó tras la descomunal victoria. Bronce para Kenna. Como dato curioso, la IAAF recompensaba por cada triunfo en los Campeonatos con siete millones y medio de las antiguas pesetas a cada atleta. Lo mismo para los que batieran un récord mundial. Kipketer se agenció quince millones en París, aunque consiguiera batir el WR dos veces, ya que el máximo organismo mundial especificaba, mediante un precepto poco menos que disparatado, que sólo premiaba con ‘bonus’ por un único récord conseguido. 

Wilson Kipketer ha sido el único atleta capaz, a lo largo de la historia, de romper la barrera del minuto y 44 segundos bajo techo. Y lo conseguía tanto aquel viernes de marzo, eliminando a Ereng de los libros de registros, como en aquella final. Dos veces en apenas tres días. Os dejamos con él. Simplemente, impresionante.

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