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Recordamos… Jos Hermens: no hay mal que por bien no venga

Esta historia podría encuadrarse desde una doble vertiente. Por un lado, desde la tristeza de una carrera deportiva que pudo ser y no fue, al menos no tanto como su talento preveía. Y por otro, tras sus años como atleta profesional, el éxito desde el otro lado de la barrera.

Josephus Maria Melchior Hermens nació el 8 de enero de 1950 en la localidad de Nimega (Nijmegen en neerlandés), al este de los Países Bajos. Su nombre de guerra en el atletismo, Jos Hermens.

En su país natal se convirtió pronto en un destacado y notorio fondista, llegando a ser elegido deportista holandés del año en 1975. Acudió a los Juegos Olímpicos de Múnich en 1972, para participar en los 5.000m, pero encontrándose ya en la villa olímpica, se produce uno de los sucesos de mayor trascendencia trágica de la historia del olimpismo. Once miembros del equipo olímpico israelí (mas un oficial alemán, miembro de la policía de lucha contra el terrorismo) eran secuestrados y posteriormente asesinados por un comando del grupo terrorista palestino ‘Septiembre Negro’, integrado en la llamada ‘Organización para la Liberación de Palestina’, bajo las órdenes de Yasir Arafat. Fue la llamada «Masacre de Múnich» (reflejada a la perfección, por ejemplo, en la formidable película de 2005 ‘Munich’, dirigida por Steven Spielberg).

Hermens, al igual que el equipo filipino al completo, trece atletas noruegos, y otros cinco holandeses, decidía no continuar en la competición. «Es muy sencillo: nos han invitado a una fiesta. Si en la fiesta asesinan a alguien, ¿cómo puedes continuar en ella? Me voy a casa», dijo Hermens.

En 1973, se convertiría por vez primera en campeón nacional, de 5.000m en este caso, y al año siguiente acudiría a los Campeonatos de Europa celebrados en Roma a verse las caras con las grandes figuras continentales, encabezadas por el finlandés Lasse Virén (que venía de ser doble campeón olímpico en Múnich, en 5.000m y 10.000m, y que lo iba a ser posteriormente, también por partida doble, en Montreal) o el británico Brendan Foster, que acabaría siendo campeón de Europa aquel año. Hermens finalizó cuarto aquella carrera.

Sin embargo, pese a ser un gran atleta en las doce vueltas y media a la pista, su ambición, que acabaría por convertirse en obsesión, siempre fue la larga distancia. En 1975 ya realiza su primer intento para conseguir el récord de la hora en pista. El 28 de septiembre de 1975, en el National Sports Centre de Papendal, a pocos kilómetros de la ciudad de Arnhem, en Holanda, Hermens conseguiría correr, con la ayuda del talentoso fondista Gerard Tebroke, en sesenta minutos 20.907 metros, es decir, 123 metros más que el belga Gaston Roelants, que poseía la plusmarca desde tres años antes.

Pocos meses después, el 1 de mayo de 1976, ya sin ‘liebres’ y en el mismo escenario, Hermens rompería su propio récord, fijándolo definitivamente en 20.944 metros, registro que a día de hoy continúa vigente como récord de Europa, y que no pudo ser superado hasta que en 1991 el mexicano Arturo Barrios conseguía sobrepasar la barrera de los veintiún kilómetros por vez primera (21.191m). Posteriormente, sólo el gran Haile Gebrselassie ha sido capaz de mejorar el registro de Barrios. 21.285m, en Ostrava (República Checa) en 2007, que siguen figurando como la máxima distancia que un atleta ha conseguido recorrer en una hora.

Hermens participaría ese mismo año en dos pruebas de los Juegos Olímpicos de Montreal: el 10.000m, donde finalizaría décimo (28:25.04), y el maratónvigésimo quinto clasificado con 2h19:48.

Ya en el año 1977, conseguiría una gran marca en 10.000m, un 27:41.25, su plusmarca personal de siempre en la distancia. Pero su gran afán, su máximo sueño, y su absoluta convicción estaban puestas en una idea que se le había grabado a fuego en su ya de por sí mentalidad ganadora: convertirse en el mejor maratoniano del mundo. Quizá su pobre resultado en Montreal espoleó aún más el objetivo del holandés.

Para ello, Hermens consideró que no existía mejor sistema que entrenar, entrenar y entrenar. Así de simple, así de directo… y así de arcaico. Durante el invierno de 1977 y la primavera de 1978, Hermens llegaría a destrozar los parámetros de la lógica en lo que al entrenamiento se refiere. Semanas de más de 300 kilómetros así lo atestiguarían. Su objetivo, claro y directo: ganar el Maratón de Nueva York de 1978.

Antes, un paso intermedio que le iba a servir como preparación para su gran fin. Hermens participaría en el 10.000m del Campeonato de Europa de Praga. Un gran plantel de fondistas (el finlandés Martti Vainio, los británicos Brendan Foster y Dave Black, el también holandés Gerard Tebroke, el soviético Aleksandr Antipov, o el italiano Venanzio Ortis) que podían resultar una buena piedra de toque para comprobar el estado de Hermens de cara a su gran desafío.

Pero aquel 19 de agosto, día de la final, los sueños de Hermens iban a romperse en mil pedazos. De manera literal.

A falta de poco más de dos kilómetros y medio para el final de la prueba, aproximadamente unas siete vueltas, Hermens se desploma repentinamente, entre evidentes gestos de dolor. Los meses de abusos, de desmesuradas cargas de trabajo, de entrenamientos inhumanos, y de auténtico afán, con escasa lucidez, por conseguir su objetivo, convirtieron a Hermens en un atleta metódico, robótico, incapaz de escuchar las señales que su cuerpo le enviaba, cegado por ese propósito de convertirse en el mejor de una prueba tan especial como el maratón, con esa idiosincrasia propia, independiente en el mundo del fondo. Tras meses de molestias en su tendón de Aquiles, el neerlandés no supo -o no quiso- ver que su estado iba mermando poco a poco. Y aquella tarde, en Praga, todo el estadio Evzena Rosickehó (también conocido como el multiusos de Strahov) mantuvo el aliento cuando los gritos de dolor y de rabia de Hermens hacían presagiar lo peor. Su maltrecho tendón de Aquiles no había sido capaz de soportar el esfuerzo, y, literalmente, se partió en dos. Igual que el sueño de atleta de Hermens.

Como si de una pesadilla se tratara, Jos nunca pudo volver al atletismo de alto nivel.

Sin embargo, tras unos años trabajando para la multinacional Nike, ya alejado de la competición, toma una decisión que se convertiría en crucial para el resto de su vida: funda la compañía Global Sports Communication, una compañía de management y asesoramiento de atletas de alto nivel. La lista de atletas que confiaron en los métodos, la inteligencia y el saber hacer de Hermens es inagotable y de una brillantez extraordinaria. Tras conseguir convertirse en 1991 en mánager del que es probablemente el mejor fondista de la historia del atletismo, Haile Gebrselassie, el catálogo de atletas que maneja es, simplemente, superlativo. Kenenisa Bekele, Stephen Kiprotich, Abel Kirui, Abeba Aregawi, Tiki Gelana, Tsegaye Kebede, Genzebe Dibaba, Eliud Kipchoge, Ayele Abshero, Florence Kiplagat… son algunos de los nombres a los que representa hoy en día. Magníficos como Richard Limo, Gabriela Szabo, Bernard Barmasai, Nils Schumann, Irina Privalova o Asefa Mezgebu pasaron por sus manos. Y en su cartera, nombres de futuro como Sifan Hassan, Faith Kipyegon, Geoffrey Kamworor o Ruti Aga.

Posiblemente, el mánager más poderoso e influyente no sólo de los últimos años, sino de la historia del atletismo. Y todo, propiciado por su desmedido afán de superación y una lesión que truncó su carrera. No le fue mal después.

«La lección que aprendí es que hay que saber dosificarse».

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