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¿Verdad? ¿Mentira? ¿O todo lo contrario?

La noche del pasado 16 de enero, se batían dos récords en la pista cubierta de la mítica Universidad de Boston. La tierna Mary Cain, de 17 años, batía el récord mundial junior de 1.000m en pista cubierta, registro que, desde el año 1982, permanecía en poder de la también norteamericana Diana Richburg. 2:39.25 para Cain.
Aprovechando la magia del momento, el fondista de Portland, plata olímpica en 10.000m, Galen Rupp, se ponía manos a la obra para derribar la plusmarca nacional de Lopez Lomong en los 5.000m. La marca de Lomong, 13:07.00 (mejor marca mundial indoor del año 2013). Rupp iba a conseguir rebajarla en casi seis segundos, 13:01.26, un resultado que se convierte en la octava mejor marca de la historia en pista cubierta.

Por si fuera poco, el pasado sábado 25, nueve días después, la misma pista acogía el intento de Rupp sobre el récord de las 2 Millas. Esta vez, era el 8:09.49 de Bernard Lagat el que iba a caer. Rupp se hacía con el récord estadounidense, con una estratosférica marca de 8:07.41.

Llegado este punto del recorrido, debe aparecee uno de los nombres claves de esta historia: el entrenador, entre otros, tanto de Cain como de Rupp: Alberto Salazar.

Cubano nacionalizado estadounidense, Salazar fue un ciertamente exitoso atleta de larga distancia. Tres veces consecutivas ganador del maratón de Nueva York (1980, 1981 y 1982, venciendo en este último año también en Boston y siendo Subcampeón del Mundo de Campo a Trvaés), siempre se ha caracterizado por su propensión ―quiere entenderse que sin pretenderlo― a generar controversia. Ya como atleta, recordado es su paso por el maratón olímpico de los Juegos de Los Ángeles en 1984: Salazar corrió con una camiseta completamente perforada para intentar luchar contra el asfixiante calor y la elevadísima humedad, camiseta que, por cierto, rozaba los límites de la ilegalidad. De poco le sirvió. Finalizó decimoquinto, a casi cinco minutos del portugués Carlos Lopes (a la contra, el luso comentó en varias ocasiones durante su trayectoria, quién sabe si con ironía, que solía beberse una botella de vino la noche antes de un maratón).
Salazar fue convirtiéndose paulatinamente en el más consumado paradigma del defensor a ultranza del entrenamiento tenaz e incluso, llámese, abusivo. Su lema pasó a ser «más es mejor». Su declive deportivo se observa de forma bastante obvia a partir de la victoria en Boston ’82, el que fuera bautizado como «Duelo al Sol», mano a mano con Dick Beardsley. Salazar consideraba que si 200 kilómetros semanales le habían dado resultado, más kilómetros debían funcionar aún mejor. Semanas de trabajo de 290 kilómetros (con algún pico de 320) atestiguan la mentalidad del fondista. Obviamente, no tardaron en aparecer los problemas, los desajustes hormonales, las enfermedades y lesiones musculares cada vez más frecuentes, y prácticamente el colapso de su sistema inmunológico, que le llevó a un escalonado y gradual abandono del mundo profesional.

En 2001, la multinacional americana Nike, con su, por entonces, presidente, Tom Clarke, a la cabeza, decidió apostar por una idea que nace, básicamente, del orgullo patrio: a través del descomunal poder financiero de la compañía, el reto era buscar una manera de devolver al histórico atletismo de fondo estadounidense el esplendor perdido. Se necesitaba, por un lado, ‘materia prima’, atletas capaces. Y por otro, aquello que Nike podía aportar con creces, es decir, un enorme montante económico. La base de las operaciones se fijaría en un entorno natural peculiar, tranquilo y alejado de todo lo que pudiera no ser atletismo, y a su vez epicentro y cuna de esa historia de exitoso mediofondo y fondo del país de las barras y estrellas. La respuesta era clara: el estado de Oregón. Sólo hacía falta depositar esa confianza y esos enormes recursos en las manos de un profesional motivado, experimentado y apto. El elegido iba a ser, cómo no, el ya mencionado Alberto Salazar. Y éste, recordando sus semanas interminables de kilómetros como maratoniano, todos los problemas físicos que le llevaron a tener que renunciar al atletismo de élite, y la descomunal frustración que eso supuso en su vida, juró no caer en los mismos errores en los que él mismo había caído, y aprovechar la oportunidad brindada.

La base de operaciones del Nike Oregon Project está situada en Portland, muy cerca del cuartel general de Nike. La peculiaridad de este sofisticadísimo centro de alto rendimiento reside en situar todos los fundamentos tecnológicos posibles y disponibles al servicio de los atletas. Salazar basa su sistema de entrenamiento en una idea clara, cimentada en su propia experiencia: acumular kilómetros, disminuyendo en todo lo posible el impacto. Es decir, minimizar todo lo que la tecnología permita el riesgo de lesión. En base a esta filosofía, el centro de tecnificación cuenta, por ejemplo, con instalaciones residenciales acomodadas a la simulación de la vida en altitud, donde residen permanentemente varios de los atletas que forman parte del programa. Conocidas son las apuestas de Salazar por la utilización de mecanismos tan avanzados como la llamada Alter G (ver vídeo), una cinta de correr ‘anti-gravedad’ que permite realizar el mismo trabajo que en una cinta de correr convencional, pero con muchísimo menor impacto (su precio ronda los 10.000€). Otra postura inflexible de Salazar es el entrenamiento con la tecnología de HydroWorx. Esta empresa patentó, simplificando los términos, una cinta de correr acuática. Un tapiz rodante y un chorro de agua a presión para crear resistencia son la base de un entrenamiento que permite sumar kilómetros de carga sin ningún riesgo de lesión (por la ausencia de impacto), y mediante un estímulo muscular completamente diferente (ver funcionamiento del HydroWorx X80). Como complemento a todo ello, Salazar es defensor a ultranza de la crioterapia, es decir, la utilización del frío como elemento recuperador.

La llamada Cryosauna (o Cryotherapic) es otro de los recursos tecnológicos usados en Portland. Se trata de una cabina que contiene nitrógeno líquido refrigerado, que llega a alcanzar los cien grados bajo cero. Al ser expulsado, se convierte en gas, y es vertido hacia el cuerpo del individuo. Por lo que parece, el frío extremo hace creer al cuerpo que se encuentra cerca de congelarse, con lo que éste intenta evitarlo de manera natural, ordenando el cerebro que la sangre se bombee hacia los órganos vitales, protegiéndolos y evitando la congelación de los mismos. Tras una exposición de un par de minutos, la sangre revitalizada, rica en nutrientes, vuelve a circular por las extremidades, recuperando y oxigenando el tejido muscular dañado en el entrenamiento. La fórmula es que, al tratarse de un frío extremadamente seco, no existe posibilidad de daños por congelación. 40.000€ tienen la culpa (ver Cryotherapy en el Oregon Project). En consonancia, y por si fuera poco, Salazar es un concienzudo adalid de la biomecánica como elemento vital para conseguir la carrera perfecta. Nike aporta todo lo necesario a nivel de profesionales y expertos relacionados con el campo de la ortopedia, podología y biomecánica, aplicadas al atletismo, para mejorar el gesto técnico, la pisada y la coordinación postural, realizando meticulosos estudios encaminados al perfeccionamiento de la eficiencia en la pisada y la técnica de carrera. Todo esto, combinado con un sistema de entrenamiento (tradicional) en el que las series cortas y el trabajo de velocidad tienen una importancia clave para Salazar, al igual que el meticuloso trabajo de todas y cada una de las partes del cuerpo a través de ejercicios complementarios, son las bases de la apuesta del Nike Oregon Project, y en particular, el modus operandi del preparador de origen cubano. Sin embargo, los más escépticos continúan alineados frontalmente contra la ocurrencia norteamericana.

Mohamed Farah, joya de la corona del grupo de entrenamiento encabezado por Salazar, con el que comenzó a entrenar en 2009, ha pasado de ser un atleta más en media y larga distancia a convertirse en el auténtico rey del atletismo mundial, hablando del segmento de competiciones que abarca. De su incapacidad para frecuentar ―rondar ocasionalmente siquiera― los 27:30 en 10.000m, a convertirse en el recórdman europeo de la distancia (26:46.57). De claudicar ante Jesús España en el Campeonato de Europa de Gotemburgo en 2006, o ser eliminado discretamente en series del 5.000m de los Juegos de Pekín 2008, a convertirse en doble Campeón Olímpico en Londres 2012 y Mundial en Moscú 2013 (habiendo obtenido también un oro y una plata en Daegu 2011 ―su recordada derrota al sprint ante Ibrahim Jeilan sería uno de sus escasísimos debes en estos años―). De ostentar un pobre 1:48.69 en 800m (su primera especialidad en la élite) o un relativamente discreto 3:33.98 en 1.500m, a ser el europeo que más rápido ha corrido en la historia la distancia reina del mediofondo (3:28.81). Y no se refieren estas líneas a un bisoño debutante. Farah nació en 1983.

Se puede ir aún más allá. Tras la exhibición de Galen Rupp, batiendo el récord de Estados Unidos de 5.000m el pasado día dieciséis, y de Cain, haciendo lo propio con el Récord Mundial Junior de 1.000m, cuál era la sorpresa, cuando Salazar, tras permitir a los atletas descansar durante unos minutos minutos, les tenía preparado un exigente trabajo de intervalos:

  • Para Cain, acompañada por Treniere Moser, 4x800m (entre 2’20» y 2’25») + 4x400m (entre 57″ y 1’00»), con zapatillas de clavos. 
  • Para Rupp, acompañado por Cameron Levins (que acababa de batir el récord canadiense de 5.000m, con 13:19.16), 2x [800m+400m], los 800m en 2′, los 400m en 54″. Para rematar, otros 2x400m para Rupp, y otros 3x400m para Levins, también en 54″. Todo ello con clavos.

Y lo mismo, tras el récord que Rupp conseguía el día 25, el de las 2 Millas. Tras un liviano trote, charla con los aficionados presentes en las gradas, y fotos y firmas de rigor, el fondista hacía, en solitario, cinco repeticiones de una milla cada una (1.609,344 metros). Los tiempos, 4’21», 4’20», 4’20», 4’16″… y 4’01». A ritmo de 3’43» en 1.500m.

Hay quien defiende este entrenamiento post-competición como el aprovechamiento del estímulo que supone la competición en sí misma, entendiendo esos momentos como especialmente propicios para la asimilación. Muchos afirman haberlo practicado durante años o conocerlo sobradamente. Otros, son totalmente escépticos sobre ello. Y sobretodo, por «mostrar» públicamente la capacidad de los atletas. Muchos piensan que hay algo más. Mientras, otros siguen creyendo en la inocencia hasta que se demuestre que no es oro todo lo que reluce. Obvio resulta el hecho de que el factor publicitario se convierte en parte vital de la esencia.

El debate está en el aire.

¿Es Alberto Salazar un genio? ¿O podría catalogarse de casi de todo lo contrario?

¿Hay una gigantesca campaña de marketing detrás del Nike Oregon Project?

¿Puede resultar beneficioso para un atleta realizar este tipo de trabajo post-competición?

Si es así, ¿por qué airearlo y darle publicidad, en vez de conservarlo en la más estricta intimidad?

¿Responde, gran parte de ello, a una cuestión puramente económica o publicitaria? 

¿Es posible que la evolución de un atleta como Farah sea natural, simplemente tras un cambio de entrenador o de hábitos de entrenamiento?

¿O se trata de uno de los fraudes mejor orquestados de la historia del atletismo?

¿Hay algo más, que se desconoce, detrás del Nike Oregon Project?

Sólo una cosa es evidente: más allá de lo que vemos, sólo el tiempo podrá ofrecernos respuestas.

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