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Recordamos… Daniel Komen: dos años para la historia

Si hablamos del atletismo de fondo durante la segunda mitad de la década de los 90, muchos nombres serán los que florezcan de pronto en el imaginario colectivo como adalides de una época plagada de enormes talentos. De duelos épicos. De carreras inolvidables.

Haile Gebrselassie, Hicham El Guerrouj, Paul Tergat, Nourreddine Morceli… son sólo unos pocos, aunque muy representativos, de esos nombres. Tras esta ínfima lista en términos, que no en talento, y si se conoce mínimamente la historia que procedemos a relatar, uno puede incluso llegar a plantearse realizar una afirmación que, cuanto menos, debe quedar en el aire: posiblemente, no hubiese demasiados de todos aquellos legendarios nombres que amasara jamás el descomunal talento y la innata facilidad que poseyó el magnífico Daniel Komen. Esta es su historia.

Nacido el 17 de mayo de 1976 en pleno Valle del Rift keniano (en una pequeña localidad llamada Mwen, ubicada en el distrito de Elgeyo-Marakwet, cuya capital es la ya célebre Iten), y perteneciente a una ramificación de la tribu de los Kalenjin, Komen formaba parte de una numerosísima familia formada por catorce hermanos. El mito del atleta africano que corre para dar flote a su prole, alejándola de la extrema pobreza puede aplicarse a esta historia casi de forma paradigmática. Al igual que en el caso de Haile Gebrselassie (y de otros muchos atletas de la época), Komen debía desplazarse para asistir a la escuela. Más de diez kilómetros en sacrificio de la ida, otros tantos para la vuelta. Y ahí es donde comienza a fraguarse su peculiar y años después tan reconocible fisonomía.

Con 14 años, cuando comienza a competir de manera más o menos seria, Komen topa con la fortuna, muchísimas veces imprescindible en estos casos, de que un ex-atleta keniano, rastreador de talento en la altiplanicie centroafricana en aquel momento, lo ve correr, quedando en el acto prendado de sus facultades. Se trataba nada más y nada menos que de Joseph Chesire, aquel atleta que finalizara cuarto tanto en el 1.500m de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles en 1984, como en los de Barcelona, luchando hasta la última curva, codo a codo, con Fermín Cacho. Chesire, sabedor de que el chico posee un talento descomunal, se pone en contacto con Kim McDonald y Duncan Gaskell, managers británicos, que reconocen de inmediato lo que tienen delante. McDonald, que fuera después manager de Noah Ngeny y de Sonia O’Sullivan, o culpable directo de la magnífica carrera de Steve Ovett, se dio cuenta de que aquello era «un talento único, un regalo caído del cielo».

Komen comienza a competir. Y comienza a mostrar al mundo su extrema capacidad. Para abrir boca, acude a los Campeonatos del Mundo Junior de Lisboa, en julio de 1994. Doblete en 5.000m y 10.000m, convirtiendo ambas carreras en auténticos recitales. Al verano siguiente, y demostrando que aquello iba en serio, iba a ayudar al legendario Moses Kiptanui a batir el récord mundial de 5.000m. Komen, contratado como ‘liebre’ y ya casi adoptado como protegido de Kiptanui, no sólo se encargó de llevar un ritmo diabólico durante toda la prueba, sino que tuvo la fuerza suficiente para, en una demostración de rebosante calidad, finalizar la carrera a menos de un segundo de su mentor.

Llegamos a 1996. Año olímpico. Y como tal, los atletas enfocan toda su energía en lograr, primero, su clasificación para tan magno evento, y segundo, una excelsa preparación que les pueda conducir a situarse en pos de lograr el mayor éxito posible.

Pues bien, Komen lo dejó claro desde el principio: a él no le importaban en absoluto los Juegos Olímpicos. Él lo que quería era competir, y ganar todo el dinero que pudiese. En los durísimos ‘trials’ de Kenia, para configurar los diferentes equipos que acudirían a Atlanta, Komen finalizaría cuarto en 5.000m, tras Tergat, Nyariki y Bitok, no resultando, por tanto, seleccionado. Concebido como disgusto extremo desde la base, casi un regalo para Komen. La situación le permitiría competir todo lo que quisiera, sin existir lo que, para él, resultaba una losa.. Y partir de este preciso momento, el tiempo se detiene (o avanza vertiginoso, según se enfoque el punto de mira). A partir de aquí… la leyenda.

El 14 de julio, en Lappeenranta (Finlandia), Komen pisotea el récord de Gebrselassie en las 2 millas, rebajándolo en casi cuatro segundos, para dejarlo en 8:03.54. Será en este tipo de distancias donde Komen se convierta en un auténtico mito, manejándose con una destreza nunca antes vista. Poco después, en el Meeting de Montecarlo, en los 3.000m, se queda a cuatro escasas centésimas del récord de Morceli. Su superioridad es insultante. Se permite, incluso, el lujo de terminar los últimos cien metros saludando al público. Tal es su ventaja. Siendo preguntando a razón del récord de Morceli, Komen sorprende a propios y extraños: «¿qué es eso del récord?».

Tom Ratcliffe, representante de Komen para las carreras disputadas en Norteamérica, revelaba, en una mezcla de desconcierto y rubor, que «Komen no entendía de récords ni de tiempos; simplemente, corría todo lo que podía, sin miedo de nadie ni de nada. Corría por instinto».

En Zúrich, poco después, el ‘planeta atletismo’ asistía a un duelo que podía hacer temblar sus propios cimientos. En una esquina, el «aspirante» Komen. En la otra, el todopoderoso rey y dominador del fondo desde los primeros noventa, el «Emperador» Gebrselassie. Ambos cara a cara. En una carrera antológica. Y vaya si aquellos cimientos temblaron. En una exhibición como pocas se recuerdan, Komen destrozó literalmente a sus rivales, con la peculiaridad de jugar a su absoluto antojo con un reventado Gebrselassie a base de cambios de ritmo constantes (todo a ritmos por debajo de 2:40/km). Komen se quedaba apenas a ocho décimas del récord mundial. Pero, en una tropelía atronadora, desde las alturas, le decía a Gebre en su cara que contara con él. Que iba a superarle. Aún hoy, resulta francamente impresionante observar roto al pequeño etíope, incapaz de seguir el último cambio de un auténtico prodigio de la naturaleza, que había arribado, casi, de ninguna parte.

En Bruselas, días después, Komen volvía a correr un 3.000m de infarto, situándose a menos de ocho décimas del récord de Morceli. Pero lo mejor estaba por llegar.

Tras un verano exigente hasta un punto casi exagerado en lo que a competiciones y registros se refiere, Komen llegaba a la siempre interesante reunión de Rieti (Italia) con el antojo de sobrepasar el umbral de lo posible. Y lo que el mundo pudo contemplar, atónito, aquella tarde del 1 de septiembre de 1996 se ha convertido con el peregrinar de los años en una de las más memorables gestas de la historia del atletismo.

Con un primer ochocientos en 1:56.63 (Steve Cram, comentarista para Eurosport en aquella retransmisión, farfullaba, a medio camino entre el espasmo y la incredulidad, «este paso supondría récord del mundo… ¡¡¡en la milla!!! ¡¡¡Imagínense en un 3.000m!!!»), el cronómetro se detenía, a paso por el primer mil, en 2:25.89. El tránsito del segundo kilómetro, 4:53.18. Komen, despachando con saña a la ‘liebre’, enfilaba directo la frontera del récord mundial. Todas y cada una de las vueltas a la pista, por debajo del minuto. El público, en turba ante semejante hazaña, no podía dejar de aplaudir. La marca, 7:20.67. Casi cinco segundos por debajo de la anterior plusmarca de Morceli. Y con sólo veinte años. Nadie, ni siquiera gigantes como El Guerrouj o Bekele, que lo intentaron después, ha conseguido acercarse a semejante hito. El vídeo:

Si 1996 resultaba para Komen un año triunfal, el keniano pretendía hacer de 1997 la continuación de su gloria. El 19 de julio se plantaba en Hechtel (Bélgica) para pulverizar el récord de las dos millas, que consiguiera Haile Gebrselassie un mes y medio antes. 7:58.61, en una nueva exhibición, y nuevo récord mundial para Komen (vigente aún a día de hoy):

Y durante aquel verano, dos hazañas más. En primer lugar, su primera (y única) medalla en grandes campeonatos. Se hacía con el triunfo en el 5.000m del Campeonato del Mundo de Atenas, el sábado 9 de agosto, atacando con furia al paso por el tercer kilómetro, con una facilidad nunca antes vista. El término «insultante» puede resultar incluso insuficiente.

Por si fuera poco, una semana después, el día 16, iba a Montecarlo para sacarse de la manga la que sería su mejor marca de siempre en un milquinientos, un despampanante 3:29.46.

Pero lejos de estar contento con eso, el día 22 en Bruselas, con un frío casi polar, en una tarde-noche que cualquiera denominaría ‘de perros’, se convertiría en plusmarquista mundial de 5.000m, rebajando en más de dos segundos a la marca conseguida por Gebrselassie ocho días antes en Zurich. Komen detenía el crono en unos magníficos 12:39.74.

Su última gran gesta, el impresionante récord mundial en pista cubierta sobre 3.000 metros. En los corrillos atléticos de la época, especialmente en el panorama anglosajón, récord conocido como el «Monte Everest»7:24.90. Nadie, salvo el etíope Haile Gebrselassie en dos ocasiones, ambas en Karlsruhe, 7:26.15 y 7:26.80, en 1998 y 1999 respectivamente, y su compatriota Yenew Alamirew en 2011, en Stuttgart, con 7:27.80, ha logrado acercarse a menos de tres segundos de aquella barbaridad rubricada el 6 de febrero de 1998 en Budapest.

Y a partir de aquí, el declive. Prácticamente, la nada. En todo el esplendor de la palabra. Poco más que contar. Ciertas marcas y resultados a tener en cuenta durante aquel verano, quinto puesto en la final de 5.000m en el Mundial de Sevilla un año después, y entre 2000 y 2002, algún que otro registro medianamente destacable, pero a años luz del nivel con el que había revolucionado el mundo atlético durante esas dos fastuosas temporadas.

Ante lo que parecía que iba a ser un verano más que prometedor (refiriéndose a 1998), Komen comenzó a disfrutar de la fama y el dinero. Desapareció paulatinamente del primer término, de la primera plana de las competiciones. No entrenaba, o convertía el trabajo duro en un juego. Tal era su excedencia y extralimitación. Tal y como reconocían sus hombres de confianza, siempre fue ‘sobrado’.

El secreto a voces es que jamás disfrutó corriendo, como sí lo había hecho, por ejemplo, su mentor Kiptanui, un amante profundo del atletismo, que se divertía al extremo con cada entrenamiento y en cada competición. Komen siempre corrió con el objetivo firme y decidido de salir de la pobreza de su familia, y siempre buscó competir más y más, aglutinando con ello una verdadera fortuna. Una vez que consiguió asentarse, simplemente se cansó. Hoy, dirige junto a su mujer una escuela de primaria y preescolar en Eldoret (Potters House Academy), además de ser el presidente de la Asociación de Atletas del Rift, y haberse convertido en un exitoso hombre de negocios.

Y es que tras varios extraños y deslavazados intentos por retornar a la élite, jamás volvió a acercarse, ni de lejos, al nivel que demostró durante aquellos dos años. Resulta complicado aventurarse a pronosticar de qué hubiese sido capaz, o a qué cotas hubiera llegado, de haber continuado, de manera voluntariosa y dedicada, en la élite. Lo que sí es un hecho es que, a día de hoy, ostenta aún tres récords mundiales (2 millas, y 3.000 metros al aire libre y en pista cubierta) a los que nadie ha osado acercarse. Lo más legendario es que resulta más que probable que tardarán muchos, muchos años en ser batidos.

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