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Carreras Inolvidables: JJOO Sídney ’00, Final 10.000m

16 de septiembre de 2000. Comienzan las pruebas atléticas en el Stadium Australia, con motivo de los vigésimo séptimos Juegos Olímpicos de la Era Moderna, celebrados en Sídney. El viernes, día 22, en marcha la primera ronda de la que se presentaba como una prueba, a priori, realmente espectacular: los 10.000m.

En ese primer envite, vencía con autoridad el gran favorito, un Haile Gebrselassie lastrado por un serio problema en el tendón de Aquiles (del que sería operado al año siguiente). En la segunda serie, el etíope Girma Tolla se clasificaba sin problemas, por delante del ‘gran amigo del gran favorito’, el keniano Paul Tergat.

Gebrselassie, plusmarquista vigente de la distancia (26:22.75 en Hengelo, Países Bajos, el 1 de junio de 1998, que precisamente le había arrebatado a Tergat), defendía el oro olímpico en Atlanta culminado cuatro años antes, y era el vigente campeón mundial (Sevilla ’99). Tergat, siempre a las puertas, siempre segundo (pero con un palmarés impresionante), no podía sino ir, de nuevo a por todas. Había sido segundo en Atlanta, tras Haile, y segundo también en los dos últimos Mundiales, en Atenas y Sevilla. Gebrselassie llevaba desde Stuttgart ’93 sin bajarse del primer cajón del podio en 10.000m (Stuttgart ’93, Göteborg ’95, Atenas ’97 y Sevilla ’99). Pese a su rivalidad encarnizada, se habían convertido en grandes amigos fuera de la pista.

La semifinal, disputada por treinta y cuatro atletas, decidía la composición de la final, que tendría lugar el lunes, 25 de septiembre.

Y sin sorpresas, a esa fecha nos trasladamos, para vivir una de las carreras más bellas y épicas que se hayan podido contemplar en la historia del atletismo en los Juegos Olímpicos. Uno de los diezmiles más recordados de todos los tiempos.

Centrándose en las últimas cinco vueltas, los últimos minutos, y tras una carrera comandada casi en su totalidad por los atletas kenianos (a los que interesaba un ritmo alto para que Gebrselassie no impusiera su temible cambio final), se encuentran en cabeza seis atletas. Tirando, el keniano John Cheruiyot Korir. A su rueda, atento como siempre a cualquier escaramuza, oteando desde su casi ínfimo puesto de vigía, Haile Gebrselassie. A su rueda, elegante, majestuoso, con su correr fácil, el dominador del cross country mundial durante cinco años consecutivos, Paul Tergat. Tras él, controlando sus movimientos, un lugarteniente principal de ‘Gebre’Assefa Mezgebu. Detrás, ya con dificultades, el marroquí Saïd Berioui. Cerrando el sexteto, otro hombre fuerte de Tergat, Patrick Ivuti.

A falta de tres vueltas y media, la ya de por sí larguísima zancada de Korir se endurece, estirando sobremanera el grupo, que ya se encuadra en fila de a uno. Se cumple el secreto a voces: cede Berioui. Poco más puede hacer el marroquí.

Korir, por su parte, en un brillante trabajo de escuadra, conoce y asume que las posibilidades de su líder pasan por marcar un ritmo infernal, donde quepa la posibilidad de que Gebrselassie sufra y pierda la capacidad de atacar en la última vuelta, como siempre. Clava cada cuatrocientos, a 1:04. Mezgebu, con su zancada corta y ladeada aguanta, e Ivuti parece sufrir, cabeceando a cola del grupo. El ritmo es duro. Pasan el noveno kilómetro en 24:44 (2:45/km de media), y Korir incrementa de nuevo el ritmo. Ligero vistazo atrás, sabedor de que este cambio puede ser importante. El grupo dobla al español José Ríos y al italiano Rachid Berradi, y pasa por última vez por meta, con Gebrselassie que no cede ni medio metro a Korir.

En ese momento, se produce un movimiento que podía perfectamente cambiar el devenir de la prueba. En un perfecto trabajo de equipo (e individual, por supuesto), Mezgebu adelanta a Tergat sobre el toque de campana, situándose casi a la par de Haile, y dejando al keniano incómodamente encerrado en la cuerda. Llegando a la contrarrecta, y en un movimiento casi de obstaculista, el finísimo y gomoso Tergat sabe que tiene que pasar. Saltando por encima de los talones de Mezgebu, apareciendo casi por la calle tres, sube dos marchas de golpe. Desde la trinchera, ‘Gebre’ asiste al movimiento, y, agachando la cabeza, sabedor de lo que aún queda pendiente, acelera con él. La tremenda amplitud de zancada de Tergat lo dirige a la primera posición, por la cuerda, al llegar al último doscientos.

Mezgebu aún tiene fuerzas para colocarse a rueda de su general, con el meridiano objetivo de que ese ritmo le facilite el bronce, y tanto Korir, que ha hecho un esfuerzo descomunal y se rinde, como Ivuti, que pierde tres metros pero no ceja en su empeño, parecen incapacitados para acelerar tanto en tan poco tiempo, al ritmo de los elegidos, con casi diez kilómetros en las piernas.

La zancada de Tergat al llegar a la recta es imperial: utilizando la palanca del braceo y exhibiendo (como una de sus características más recordadas) una técnica tan exquisita que asusta. Gebrselassie, convirtiéndose en velocista, tiene que multiplicar su ya habitual abundante cadencia, y despegar exageradamente, para buscar fuerza de donde sea, los brazos de su posición habitual, adquirida como hábito tras años de correr cada mañana los más de diez kilómetros que le separaban de la escuela con los libros pegados al pecho. Mezgebu se convierte, tras ellos, en privilegiado testigo del trascendental instante.

A falta de cincuenta metros, tan sólo medio los separa, codo a codo. Ya no es momento de mirar atrás. Es momento de encomendarse a los dioses y al talento, y sufrir como nunca, como siempre. Si se observaba a Tergat como posible ganador apenas sesenta metros antes, el tesón y la perseverancia de Haile se abren paso ante su calidad atlética. A escasos quince metros de la llegada, el regio keniano no tiene otra que lanzar el cuerpo adelante, viéndose inexplicablemente superado. Gebrselassie cruza, cabeza alta, en 27:18.20, su mejor marca de la temporada. Tergat, 27:18.29. Nueve centésimas. Una diferencia menor que las doce centésimas con las que Maurice Greene precedió a Ato Boldon… en los 100m.

Un último doscientos de ensueño para Tergat, en 26 segundos y 2 décimas. Pero, de nuevo, superado por el 25.3 de Gebrselassie. El abisinio se convertía en el tercer atleta en la historia, tras los históricos Emil Zátopek y Lasse Virén, que conseguía la proeza de revalidar el título olímpico de 10.000m.

Sus lágrimas en el podio no suplantaban la gloria eterna del ‘Emperador’, pero humanizaban aún más su perpetua e inalterable sonrisa. Sería su segunda y, sin aún saberlo, su última medalla olímpica. Y posiblemente, su más meritorio y maravilloso triunfo. Un millón de personas lo recibirían, días después, con honores de jefe de Estado, en Addis Abeba. No fue para menos.

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