NOTICIAS

Cuando correr no es el máximo triunfo

Allá por el año 1992, se celebraban en nuestro país los Juegos Olímpicos de Barcelona. Los míticos, los eternos. El día 9 de agosto, el maratón partía desde la localidad costera de Mataró, atravesando Badalona, y llegando hasta la Ciudad Condal, pasando por un recorrido que iba visitando lentamente sus diferentes y más emblemáticos monumentos. Una carrera dura, marcada por el fuerte calor, y por la última parte del recorrido, que subía a la montaña mágica de Montjuïch, en unos últimos kilómetros infames. El ganador, el coreano Hwang Young-Cho, que con una marca de 2 horas, 13 minutos y 23 segundos, dejaba claro el dominio oriental en la prueba más larga del atletismo olímpico, reafirmado por el segundo lugar del japonés Koichi Morishita. Tercero llegaba el alemán Stephen Freigang.

Casi dos horas después enmarcamos nuestra historia. Otro oriental, pero esta vez no de la élite del atletismo, representaba a un país, Mongolia, que solamente había conseguido hasta ese momento 22 medallas durante la historia olímpica.

Con un tiempo de 4h00:44, clasificado en la posición 87 (es decir, la última de los que llegaron a meta), entraba Pyambu Tuul. El Estadio Olímpico se engalanaba ya para la brillante ceremonia de clausura de los vigesimoquintos Juegos de la Era Moderna, razón por la cual, los atletas de maratón comenzaron a ser desviados para que concluyeran su competición en la pista de calentamiento anexa. Los periodistas acreditados que quedaron a interesarse por los últimos llegados del maratón, preguntaban al recién entrado en meta por la razón de una marca tan alejada del máximo nivel. La respuesta del mongol, muy clara: «No, mi tiempo no fue lento. Después de todo, mi tiempo ha sido el récord olímpico de maratón de mi país». No satisfechos con la respuesta, otro reportero le preguntaba si aquel había sido el día más grande de su vida. Tajante, el mongol replicaba firmemente que no lo había sido. Y he aquí la explicación, que comenzó a fraguarse cuando un equipo médico cualificado había llegado al pueblo de Pyambu para prestar ayuda humanitaria, 6 meses antes de aquel maratón.


El atleta siempre se preparaba acompañado de amigos que lo guiaban, ya que él no podía entrenar sólo. «Un doctor vino dónde mi, y me hizo una serie de preguntas. Yo le conté que era ciego desde la infancia, a lo que él me contestó que, con una sencilla operación, podía solucionar mi problema».

«Así que me operó, y tras veinte años de ceguera total, recuperé la vista de nuevo. Así que hoy no ha sido el día más grande de mi vida».

«El mejor día de mi vida fue cuando pude recuperar la vista, y pude contemplar a mi mujer y a mis dos hijas por primera vez. Y son preciosas».

Así, como si su maratón hubiera supuesto un récord, o como si su carrera atlética hubiera estado entre los más grandes, el Espíritu y la Competición Olímpica jamás podrá olvidar a este sensacional deportista, que pudo, por fin, ver con sus propios ojos cómo obtenía la mayor recompensa, el mayor reconocimiento y la más enorme alegría de toda su vida. Seis meses después de recuperar la vista y de ver por vez primera a sus dos hijas y a su mujer, pudo terminar, como un héroe, y tras más de 4 horas, el Maratón Olímpico de los Juegos de Barcelona ’92.
Y allá donde esté Pyambu Tuul, habrá sido perpetuado, por esta, su historia, en el Olimpo de los héroes de los Juegos Olímpicos, con una de las historias más emotivas que jamás se hayan vivido.

Scroll al inicio